Hace quinientos años una escuadra de cinco embarcaciones -todo apunta a que se trataba de cuatro naos y una carabela- iniciaba una esperanzada singladura desde el puerto de Sevilla. Una de ellas, la Victoria, acabaría, dándole la vuelta al mundo, por primera vez. Lo hizo contra todo pronóstico e incumpliendo las instrucciones de Carlos I, que había hecho posible que se llevara a cabo aquel viaje, al firmar en Valladolid, en marzo de 1518, las correspondientes capitulaciones para que dicha escuadra navegara por aguas de lo que entonces se llamaba el “hemisferio español”.
Esa escuadra, al mando del portugués Fernando de Magallanes, que había entrado el servicio de Carlos I a quien había jurado lealtad, zarpaba del muelle de las Mulas, en la orilla de Triana, en la ribera del Guadalquivir, el 10 de agosto de 1519. Luego estaría anclada en la desembocadura del dicho río, frente a Sanlúcar de Barrameda hasta el 20 de septiembre, sin que hasta el momento tengamos una explicación para una parada tan larga. La Trinidad, la San Antonio, la Concepción, la Victoria y la Santiago -esta última era la carabela- salieron a mar abierta en esa fecha con rumbo a Canarias, que era parada obligada en las expediciones transoceánicas de la época. Albergaban el temor de que una escuadra portuguesa les saliera al paso.
"La Ruta Infinita", título de la novela donde hemos recogido esta singular hazaña, que, iniciada por Fernando de Magallanes culminaría Juan Sebastián Elcano, comienza unos años antes, en Lisboa. La capital portuguesa se había convertido ya en el gran centro del comercio de las especias. Venían en las bodegas de los barcos que llegaban de las que entonces eran conocidas como las Indias Orientales. Los marinos lusitanos habían logrado, bordeando el continente africano, abrir una ruta que llegaba hasta las llamadas islas de las Especias, conocidas también como la Especiería o el Moluco. Almeida y Albuquerque habían asentado el dominio de su país en los enclaves fundamentales de esa ruta.
En esa Lisboa, un Magallanes apartado de los círculos cortesanos, estudia la posibilidad de poner en marcha una expedición que confirme las sospechas que alberga desde que navegó en aguas de Malaca, a las órdenes de los virreyes Almeida y Albuquerque. Para llevar a cabo su plan contará con el apoyo de uno de los más grandes cosmógrafos de la época quien, pese a sus vastos conocimientos, también está apartado, por sus particulares formas de vida, de los círculos navales lisboetas. Se llamaba Ruy Faleiro
Ese proyecto nada tiene que ver con la Primera Vuelta al Mundo, a la que la historiografía lo ha asociado. Fue presentado a un Carlos I, que acababa de llegar a España procedente de Flandes. El joven monarca se encuentra con un cúmulo de problemas como consecuencia de su desconocimiento de los naturales del reino y, en parte, del elevado número de cortesanos flamencos -holandeses y belgas en la actualidad- que le acompañan. Muestran una voracidad insaciable y un deseo de hacerse con las principales sinecuras y prebendas de la corona de Castilla, incluido el arzobispado de Toledo. En ese ambiente de turbulencias que hay en el horizonte de la política castellana tendrán que desenvolverse Magallanes y el cosmógrafo. A dichas dificultades se añadiría el rechazo que en la corte portuguesa provocaba una expedición que, de alcanzar sus objetivos, podía poner en riesgo el control que, gracias a la tenacidad de sus navegantes, se había conseguido sobre el rico mercado de las especias. Por eso, desde Portugal, se utilizaron todos los medios a su alcance para tratar de conseguir que los barcos no zarparan del puerto de Sevilla. La actuación de su embajador ante Carlos I, don Álvaro da Costa, cuya misión era negociar el acuerdo matrimonial de Leonor de Habsburgo, hermana del monarca español, con el rey de Portugal, deparó situaciones propias de una novela.
En "La Ruta Infinita" hemos abordado, como es lógico, los avatares vividos durante los largos años de travesía que significó culminar la Primera Vuelta al Mundo. En esos años en los barcos de la escuadra se vivieron numerosas tensiones y enfrentamientos de diversa índole. También el incumplimiento de algunas de las instrucciones dadas por Carlos I. Así mismo, el hecho de que, durante gran parte del viaje, Magallanes mantuviera en secreto uno de los objetivos de la expedición, pese a que había sido determinante para que el monarca español apoyara decididamente aquella empresa. Situaciones muy complicadas que culminaron con la decisión de Elcano que cambió por completo el sino de aquel viaje y lo convirtió en una de las páginas más gloriosas de la historia de España.
Hemos procurado, con las libertades propias de una novela, acercar al lector, en el año en que se conmemora el quinto centenario de aquella gesta, a los acontecimientos que tuvieron lugar y que, pese al tiempo transcurrido, nos sigue pareciendo increíble que acabase de forma tan heroica.