A sus 93 años Abrasha Rotenberg sigue más fresco que una lechuga y, por supuesto, muy lúcido. Ha tardado casi tres años en escribir su nueva novela “La amenaza”, “la novela tiene muchos recuerdos de mi juventud. Intenté escribir la historia hace cincuenta años, pero me ponía a hacerlo y no me salía”, confiesa el escritor en la presentación de su libro ante la atenta mirada de su hijo el músico Ariel Rot y de su nuera.
Aprovechando su visita a Madrid se ha reencontrado con muchos antiguos amigos, que llenaban la librería La forja de los libros, de los años en que vivió exiliado en Madrid por culpa del general Videla. También ha podido visitar a su hijo Ariel Rot y a sus nietos, que estuvieron presentes en la presentación del libro.
Abrasha Rotenberg contó a los presentes al acto algunos de sus pasajes biográficos, “nací en un pequeño pueblo de Ucrania y a los ocho años mi familia emigró a Buenos Aires. Los judíos no eran bien vistos por la autoridades soviéticas”, explicó el autor. Después cursó estudios en Argentina e Israel. Una vez de vuelta a Buenos Aires funda con otros amigos el periódico “Nueva Sion”, que aún se publica. Posteriormente, fue director del periódico “La Opinión”. “Yo no me considero periodista, lo que sí soy es un emprendedor”, confiesa con cierto tono de humor, judío, por supuesto, ya que es autor del libro “Chistes judíos que me contó mi padre”. La verdad es que conserva un sentido del humor inteligentísimo.
“La historia que cuento en La amenaza ocurrió en Río Ceballos, un pueblo de la serranía cordobesa, en un verano en el que yo tenía unos 14 años, más o menos la edad del protagonista de la novela, aunque la trama está muy ficcionada. Yo era judío y comunista y allí intenté ocultar ambas cosas. Yo nací en un mundo con ideología”, recuerda el escritor argentino-judío. En ese tiempo de su llegada a Argentina, fue cuando descubrió que era judío. Nunca le habían educado como tal. “De hecho, soy ateo, pero entonces me acusaban de ser el asesino de Cristo y yo no tenía ni idea de lo que me hablaban”, confiesa el autor entre risas.
Abrasha Rotenberg vivía en Buenos Aires en un barrio de clase baja y obrera donde habían muchos emigrantes italianos y españoles. “Cuando llegúe allí, no entendía ni una palabra de castellano”, evoca. En uno de los veranos durante la Segunda Guerra Mundial fue a veranear con su madre y hermana a Río Ceballos, en la pensión donde se alojaron conoció a unos personajes peculiares que le dieron pie para escribir la novela cincuenta años después.
“Yo era un joven pedante que no entendía nada y que le gustaba escribir y leer cosas buenas. A estas alturas de mi vida, me gusta más releer que leer”, sentencia y añade “algunos de los episodios que viví se merecían ser contados porque hubo cosas que sabía que no se conocían como, por ejemplo, que la mujer de Goebbels tuvo un amante judío que estuvo negociando con Hitler la salida de unos 50.000 judíos hacía Palestina por una fuerte suma de dinero. Al final, este personaje terminaría asesinado por orden del ministro de Propaganda de Hitler Goebbels”.
El escribir ese episodio fue porque “sentí por primera vez en mi vida que era un traidor con los míos. Hablaba muy mal de los judíos y quería ocultar mi condición de comunista. Lo que he narrado en el libro es la historia de un marrano, una persona que oculta su identidad y todo por amor a una joven de la aristocracia argentina que suponía no entendería nada de eso”.
En opinión de Albahaca Martín, editora de Tierra Trivium, “La amenaza es una novela con un fino sentido del humor. Un libro para saborear”. Para finalizar, Abrasha cuenta cómo conoció a la editorial, “mi intención era publicar con mi amigo Mario Muchnik, pero como había tenido algún problema y ya no quería publicar, busqué por Internet otra editorial y me llamó la atención Tierra Trivium y, la verdad, fluyó todo desde el primer momento. Estoy contento con la editorial y espero que la difusión sea buena”, concluye el autor ante una repleta sala que se lo ha pasado muy genial escuchando al escritor y oyendo las interpretaciones de Ariel Rot. Todo un dos por uno.