Poeta y profeta maldito, visionario absoluto, creador total, William Blake abominó el racionalismo dieciochesco, predicó la revolución espiritual, denunció la represión sexual y moral. Sus contemporáneos lo tacharon de lunático, su marginalidad fue atronadora. Hoy comenzamos a entrever su vida secreta: presidió la Orden de los Druidas, fue declarado santo por la Ecclesia Gnóstica Catholica, y protagonizó experiencias de muerte en vida dimanadas del Tantrismo. Incomprendido y rechazado en su tiempo, su obra acabaría inspirando a artistas y pensadores como Aldous Huxley, Salvador Dalí o Jim Morrison.
Nació en el Londres de 1757, en una Inglaterra que se aprestaba a erigirse en la gran potencia global bajo el cetro de un rey loco, Jorge III. Su vida estuvo marcada por un estigma semejante desde su infancia, cuando experimentó sus primeras visiones de ángeles en llamas. Tuvo mucho que ver la secta radical a la que pertenecieron sus padres, The Dissenters, los Disidentes. Él lo fue desde que descubrió la supremacía de la imaginación sobre la razón. Con apenas doce años compuso sus primeros poemas, el embrión de sus Cantos de Inocencia. Los acompañaba de ilustraciones que nadie comprendía y en las que perseveró incluso cuando se abrieron ante él las puertas de la Royal Academy. Su presidente, sir Joshua Reynolds, lo tacharía de visionario sin futuro. Acertó plenamente. En aquella Inglaterra donde el empirismo y el pragmatismo alzaban los mástiles de la revolución industrial no había espacio para los soñadores. William Blake solo se entendía con ellos, con artistas tan tenebrosos como Heinrich Füssili, con revolucionarios como William Payne, con mujeres como Mary Wollstonecraft, la madre de Mary Shelley.
Hay mucho de eso en los titanes que pueblan sus sagas, como Los y Orc, encarnaciones de la energía primordial y el genio poético. Junto a ellos se alzan los cuatro Zoas: Urthona, el gigante de la creatividad; Tharmas, el instinto y la fuerza; Luvah, la emoción y la pasión; y Urizen, el demonio de la ciencia positiva y de la razón, símbolo de la nueva era. Su aspecto se inspiraba en los colosos de Miguel Ángel; su peripecia, en los relatos de Milton y John Bunyan. Pero su alma solo era la de este visionario que al final de su vida desveló haber sido el máximo representante de la Orden de los Druidas, poco antes de que fuera declarado santo por la Ecclesia Gnóstica Catholica.Nació en el Londres de 1757, en una Inglaterra que se aprestaba a erigirse en la gran potencia global bajo el cetro de un rey loco, Jorge III. Su vida estuvo marcada por un estigma semejante desde su infancia, cuando experimentó sus primeras visiones de ángeles en llamas. Tuvo mucho que ver la secta radical a la que pertenecieron sus padres, The Dissenters, los Disidentes. Él lo fue desde que descubrió la supremacía de la imaginación sobre la razón. Con apenas doce años compuso sus primeros poemas, el embrión de sus Cantos de Inocencia. Los acompañaba de ilustraciones que nadie comprendía y en las que perseveró incluso cuando se abrieron ante él las puertas de la Royal Academy. Su presidente, sir Joshua Reynolds, lo tacharía de visionario sin futuro. Acertó plenamente. En aquella Inglaterra donde el empirismo y el pragmatismo alzaban los mástiles de la revolución industrial no había espacio para los soñadores. William Blake solo se entendía con ellos, con artistas tan tenebrosos como Heinrich Füssili, con revolucionarios como William Payne, con mujeres como Mary Wollstonecraft, la madre de Mary Shelley.
Altas dignidades para un disidente despreciado por la alta cultura y que acabaría siendo enterrado en una tumba sin nombre. Hoy The Guardian califica a Blake como “el mayor artista que ha producido Gran Bretaña”. Pero, ¿era un artista o algo más? Dos siglos después comenzamos a entrever que, además de un avanzado de las filosofías unitarias, también fue un heredero del gran Mensaje Hermético, así como un secreto conocedor del Tantrismo Vatsayana, tal como afirma Marsha K. Schuchard en su ensayo Wy Mrs. Blake Cried. Blake and the Sexual Basis for Spiritual Vision. Descubrimos un Blake inédito, iniciado en las enseñanzas místico-eróticas practicadas por la secta de Sabbatai Zevi, un siglo antes de que el Bhagavad Gita fuera conocido en Europa. Buscaba la conexión entre la energía sexual y la capacidad para la visión trascendente, llegó a vivir experiencias de muerte en vida. Persuadido de la vinculación entre Hombre y Cosmos, anunció un Fin de los Tiempos al que seguiría una Nueva Era.
Veía su tiempo como un mundo de walking deads apacentados por los presbíteros de la nueva religión materialista fundada por Locke y Newton, “que hablan de benevolencia y virtud mientras las matan con su ciencia, destruyendo la vieja sabiduría de Orc y Los”. En su imaginario, Orc representa al gran rebelde que se enfrenta a Urizen, el paradigma de la moral represiva. A su padre, el gigante Los –una inversión del Sol, la Alta Llama-, lo representa como un herrero cuyos golpes en la fragua despiertan el latido del corazón humano. Al igual que Nietzsche, Blake forja su filosofía a martillazos, pero la suya es muy diferente a la del alemán. Hablamos de una dimensión espiritual donde el aspecto divino de la imaginación y la profecía se entrecruzan en una lectura apocalíptica de un tiempo que, siendo el suyo, ya es el nuestro.
Lo cuenta en una serie de Libros Proféticos que resultan plenamente actuales. Abomina la modernidad materialista y las religiones institucionalizadas, rechaza toda forma de autoridad impuesta, advierte la ceguera del hombre, reclama la supremacía de la intuición sobre la razón, condena la represión sexual dos siglos antes que Freud y defiende el derecho de la mujer a su completa autorrealización.
Blake el libertario, el revolucionario total, el homme revolté, va más allá. La turbulencia de su rebelión frente a su tiempo se prolonga en un torbellino icónico pleno de sobrecogedoras visiones pobladas de dioses, ángeles y demonios. No se trata de meras alegorías poéticas para complacer a los eruditos, sino de realidades espirituales dramáticamente experimentadas por su autor.
La Jerusalén Mística fue la tierra natal de Blake. Llamaba a su método Deep Vision, visión profunda, y lo entendía como la verdadera facultad del saber. Un saber salvaje, surgido de sí mismo como una iluminación provocada por la oposición de los contrarios. En sus Cantos de Inocencia, el Cordero se opone el Tigre –paradigmas de la pureza de la infancia y del mundo adulto y represivo-, pero el Tigre también representa la pulsión indomable que hace latir sus Proverbios del Infierno. Es así como rechaza los cánones culturales de sus contemporáneos, pues sostiene que la cultura es ante todo una cuestión de conocimiento espiritual, al que solo se accede tras un bautismo de fuego.
Se inspira en el Manuscrito Nodin, uno de los libros sagrados de los Rosacruces, pero todavía más en las prácticas de la Iglesia Moraviana, una congregación precursora de la teosofía donde se hablaba libremente sobre sexo, siguiendo las enseñanzas del Tantra. Cuando Blake escribe “bajaré hasta la Aniquilación y la Muerte”, propone una iniciación tántrica que trasciende los parámetros literarios convencionales para devenir una auténtica Ars Magna en el sentido alquímico del término. Arte de Vida, Arte de Purificación: “Si las Puertas de la Percepción fueran visibles para el conjunto de los humanos, entenderíamos todas las realidades tal como son, infinitas. Entretanto el hombre vive cautivo de sí mismo, sin más conocimiento que el que entrevé por las grietas de su caverna”.
Con el Fin de los Tiempos, la resurrección de los muertos –tal como la entiende Blake-, no será otra cosa que esa purificación por el fuego. Se abrirán las Puertas de la Percepción. Entonces Orc liberará de sus cadenas al hombre nuevo y así como Shiva se une a Shakti, éste habrá de unirse al espíritu femenino en sus Bodas Químicas. El Druida habla por la boca del Alquimista. Y ese mismo Blake que bebe de la metafísica vedanta anticipa las leyes del equilibrio cósmico al afirmar: “Todo es Energía, Pulsión, Vibración, esa es la verdadera vida”.
El Poeta, como el Brahmán, se presenta como un intermediario entre los dioses y los hombres. Ante la mirada del visionario, los sucesos más triviales cifran un sentido mágico y trascendental. Su casa, su calle, su ciudad, se integraban en una topografía sagrada. Cuando dibujaba sus maravillosas escenas míticas, sus materiales, sus colores, estaban cargados de una significación esotérica. “Los mensajes más oscuros son emisarios de la verdadera realidad”, declaraba aquel para quien el Infierno se manifestaba como la luz misma.
La paradoja blakeana remite a la coincidentia oppositorum que enseña la tradición hermética. Según ésta, la Edad de Oro que inaugura nuestro ciclo cósmico encuentra en nuestra época, fase terminal de ese ciclo, su reflejo invertido. Nuestras instituciones, nuestros valores y sus representaciones, no son más que una parodia invertida del mundo primordial. Según Blake, en este mundo al revés el hombre se ve condenado a caminar, a semejanza de los habitantes del Reino de los Muertos en el Antiguo Egipto, sobre el techo de su caverna, cabeza abajo. Se imagina vivo no siendo otra cosa que un cadáver, mientras lo que cree venir de lo alto es un mensaje de los infiernos. El paso de la Muerte a la Vida no podrá efectuarse más que a través de una segunda inversión que restablecerá, por su identidad con el orden primordial, una nueva Edad de Oro.
Tantra, Ayurveda y Alquimia tienen su origen en una filosofía que conceptualiza al Universo en términos sexuales como una creación de Shiva y Shakti. Blake no contempla otra cosa cuando habla de las Bodas del Cielo y el Infierno. La imagen original del mundo sería esa Jerusalén Mística eclipsada por la luz negra de Urizen, mientras que el Hombre Nuevo encuentra la suya en el primer Adán, el Adam-Kadmós andrógino, raíz del Genio Poético. Reintegrarlo a su estado de pureza equivaldría a fusionar el efecto con la causa y precipitar el Fin de los Tiempos.
Opus Nigrum alquímico, Kali Yuga ancestral. Blake hace suyas las palabras del Fausto de Goethe: “Destruye este mundo, verás surgir un mundo nuevo”. Así escribe: “Todo lo que puede ser creado puede ser destruido, solo permanece lo inmanente”. Y lo inmanente se manifiesta en la obra de este demiurgo proscrito para la sociedad de su época, pero sostenido por su inextinguible sed de absoluto. No deja de batirse contra todo y contra todos, sin otra ambición que reencontrarse a sí mismo, desencadenado y al fin triunfante.
El Tantrismo enseña que “por los mismos actos que hacen arder a ciertos hombres en el Infierno, el sabio accede a la iluminación eterna”. Por sus actos el iniciado será conducido al enfrentamiento decisivo con su “doble negro”, esa Fuerza de las Tinieblas que oculta en sus pliegues abisales el diamante cegador de la Sabiduría y de la Vida.
Se trata del enfrentamiento final contra Satán. “¡Satán, mi espectro! –exclama el visionario de Broad Street-. Tu trono es el de los clérigos y las Iglesias, buscas implantar en los hombres el miedo a la muerte y el terror a la vida. El mío consiste en enseñar a los hombres a despreciar la muerte, aspirar a una majestad sin temor, libre de tus terrores y tus leyes. Vengo a desvelar la gloria del Hombre Nuevo”. Así como Los se abraza a Urizen, él se arroja al abismo para romper las cadenas de su dominación. Solo entonces podrá abrir las puertas que se ocultan tras el Trono de Satán y caminar hacia la Jerusalén eterna.
Franquear esas puertas equivale a permutar lo que impera abajo por lo que se oculta arriba. Reversión cabalística, lectura de la Tabla Esmeralda, Paso del Umbral donde el neófito muere a la vida relativa para renacer en la absoluta. Desde el lado visible esta transmutación solo puede ser entendida como una derrota y una muerte aterradora. Desde el otro lado presenta todos los atributos de una victoria sobre el mundo y una superación del grado decisivo en la enseñanza hermética.
“Hablo de un estado conocido como Aniquilación donde nadie osa penetrar, salvo los Vivientes que se atreven a desafiar al Infierno, a la Muerte y a la Tumba”. El héroe de esta gesta sagrada será un “jivanmukta”, un dueño de la vida, tal como lo describe el Advaita, uno de los libros sagrados del hinduismo.
Y es que de la India colonial llegó a Gran Bretaña la enseñanza de los Maestros de la Muerte en pleno siglo XVIII. Su embajador sería John Aubrey, el primer escritor que vinculó Stonehenge con los druidas. Blake fue su heredero. Según refiere Schuchard, un amigo de ambos, Edward Moor, le abrió las puertas del ashram de Zabbatai Zevi, un oscuro santón que ejercía su culto en el East End londinense. Dentro de él Blake se entregó a prácticas tántricas de iluminación y muerte en vida, tras someterse a un escalofriante ritual de iniciación en los misterios supremos.
Así como dicta el Tantra, el iniciado debía pasar una noche dentro de un ataúd, en compañía de un cadáver. Los acólitos de la Iglesia Moraviana aconsejaban acompañarse de una concubina: cumplir con el ritual del amor sagrado sobre el cuerpo de un difunto. Blake eligió a su esposa mística, Catherine Boucher, una joven analfabeta que sería su musa hasta la muerte y con la que no tuvo ningún hijo. Su iniciación en la Noche Oscura se consumó con visiones inducidas por la ingesta de opio. Buscaban hermanar Muerte e Iluminación, regreso a la Inocencia e inmersión en la Experiencia Trascendental.
Entre los gnósticos la Serpiente representa la forma que adopta la energía divina para entrar en el hombre. Los maestros tantra hablan de Kundalini, la serpiente de fuego que duerme enroscada en la base del perineo, el chakra basal. Cuando despierta sube a lo largo de la columna vertebral en un doble movimiento ondulatorio perfectamente trazado por el caduceo de Hermes –hoy diríamos la doble espiral del ADN-, para animar todos los centros vitales del ser humano. Blake lo traduce a su lenguaje: “Yo soy Orc, enroscado alrededor del árbol maldito”. Cuando Orc penetra a la Mujer sin Nombre –el alma-, ésta exclama: “Yo te conozco y te he encontrado. Has venido para darme la vida en las regiones de la muerte”. Sucede entre tinieblas desgarradas por relámpagos. El Paso del Umbral implica una muerte en vida, una fractura del ser en pos de la inmortalidad.
Blake interpreta este apocalipsis interior como un despertar de la consciencia. Así como en sus poemas proféticos enlaza el malestar del hombre con los ciclos cósmicos, en sus grabados asimila la estructura del cuerpo humano a la del universo, valorizándola como Templo de Dios por medio de una anatomía mágica: “Cada cuerpo es en su forma interior un Jardín de las Delicias. No busques a tu Padre Celeste más allá de los cielos. Pues cada corazón humano tiene puertas de fuego y columnas de diamantes”. Las puertas se corresponden con los tres centros energéticos del cuerpo tántrico situados respectivamente en la base de la columna vertebral –Muladhara-chakra-, a la altura del corazón, entre la cuarta y la quinta vértebra –Anahata-chakra-, y bajo la segunda vértebra cervical –Ajna-chakra-. A los riesgos que implica abrir las Puertas de Fuego se suma el peligro implícito en el despertar de Kundalini. Todos los maestros del Tantrismo coinciden en subrayar el carácter particularmente peligroso de esta vía iniciática. Para Blake no cabe otro camino en la epopeya interior que conduce al conocimiento de uno mismo.
El hombre que vio el lado oscuro de la modernidad escribía para nosotros. Para este tiempo de crisis global, pérdida de referencias y convulsión de los valores. Su Europa, como su América, son gigantes que se desmoronan larvados por su deshumanización y su codicia. El planeta entero parece estremecerse como un dios en su agonía. Un efecto invernadero que atraviesa con tsunamis de fuego el corazón del hombre. Un cambio climático que, tanto como a las raíces de los cielos, apela a la esencia del alma humana. Arrebatado por sus visiones, lanzado a una singladura vertiginosa a través del infinito, desde el Primer Libro de Urizen, donde cuenta la creación del mundo, hasta su Jerusalén, nos legó una grandiosa epopeya, cósmica y prometeica, compuesta por más de cien mil versos. Cantaba el regreso al Paraíso Perdido entendido como un paradigma del Alma Universal, pero se dirigía a cada hombre. Su conocimiento era el de los druidas, pero también el de los brahmanes. Tantra y Mantra, fusión de creencias, sincretismo trascendental.
Así como el Alma Universal encuentra su reflejo en el Ser Universal, el evangelio de Blake comienza con un “Yo soy” y concluye con un “Tú eres eso: Uno en el Todo”. Si el Apocalipsis es un estado de consciencia, su Obra entera es el mensaje.