Quien crea que la vida de los libreros es fácil se equivoca de cabo a rabo, nada más hay que pasear por la Cuesta de Moyano para observar como un puñado de libreros padecen las inclemencias del tiempo durante todo el año. “En el invierno nos helamos, la cuesta se hiela y los viandantes se resbalan, por el verano da el sol de pleno y a partir del mediodía no hay quien pasee por aquí del calor que hace”, nos cuenta Javier Bayo, librero de la conocida caseta 26, J. F. Berchi.
Son casi 100 años los que lleva abierta esta original Feria del Libro que se inauguro en 1925, en plena dictadura de Primo de Rivera. “Es un caso único en el mundo como calle completamente dedicada a una sola actividad, la compraventa de libros”, nos recuerda otro esforzado librero que ve como el ser solo original no sirve. “Hay que ingeniárselas todos los días para subsistir”, afirma. La conocida cuesta lleva el nombre del político liberal Claudio Moyano, un esforzado ministro que cambio, para bien, la instrucción pública en España, hoy diríamos educación, pero como cada vez hay menos nos quedamos con dicho término decimonónico.
Las primeras casetas de esta feria del libro perenne estaban en la acera contraria que ahora ocupa. Se situaba en la verja del Ministerio de Fomento, ahora Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación, y hasta el momento de la inauguración la cuesta era un lugar de encuentro de prostitutas, izas, rabizas y pajilleras. Afortunadamente, el ayuntamiento madrileño prefirió sustituir a las trabajadoras del oficio mñas viejo del mundo por el de los libros. Sin embargo, los representantes políticos del ministerio no estaban muy conformes con que las casetas de los libreros tapasen la verja de tan singular edificio. La solución fue mudarse a la otra acera, que ahora tapan la verja dieciochesca que debió diseñar Sabatini o alguno de sus ayudantes. Y así continúa perviviendo, aunque se haya suprimido el paseo de carruajes por un gran paseo peatonal con raquíticos árboles.
Desde su inauguración, la Cuesta de Moyano mantiene 30 librerías. “Ahora, hay unas cuatro cerradas y estamos esperando a una próxima subasta para que se ocupen”, señala Javier Bayo en una distendida charla al sol invernal que nos va dejando los huesos helados. Hay dos tipos de contratos para estos libreros, los más antiguos, los conocidos como de renta antiguo pagan unos 1.400 euros cada seis meses, los nuevos contratos, unas cuatro librerías más las que van a salir a subasta, pagan entre 5.000 y 6.000 euros cada seis meses. “Con estos precios las cuentas no salen”, nos dice otro librero que prefiere que no citemos su nombre.
Las ferias del libro antiguo y de ocasión hacen mucho daño a la de Cuesta Moyano, no así la Feria del Libro de primavera del Retiro. “A veces viene gente de la feria del Retiro que no nos conoce”, apunta Bayo durante nuestra charla y añade “queremos más visibilidad, que nos anuncie en carteles el ayuntamiento, que indiquen donde estamos”. La queja es unánime entre los libreros del territorio Moyano. “Los políticos solo se acuerdan de nosotros cuando se acercan las elecciones. Entonces vienen por aquí a hacerse la consabida foto, luego si te he visto no me acuerdo. Aunque hay que reconocer que el único consistorio que se ha querido reunir con nosotros ha sido el de Manuela Carmena, pero no hemos llegado a ningún acuerdo”, comenta el mismo librero.
La Cuesta de Moyano es un hecho tan insólito que les gustaría a los libreros que se le nombrase Patrimonio Cultural de la Humanidad, sin duda se lo merecen estos esforzados libreros que desarrollan su trabajo en plena calle. “Todas las mañanas tenemos que montar los mostradores en la calle y por la tarde recogerlos, si llueve hay que poner plásticos para que no se deterioren los libros y hay días que solo vendemos 3 ó 4 libros, los días de lluvia son horrible, los de frío o calor, malos”, reconoce Javier Bayo. Abogan para que se pongan unos toldos que minimicen las inclemencias del tiempo. Para ellos, la estación ideal es la primavera y en segundo lugar el otoño.
No hay día que no ocurra algún percance en Moyano. “Nos suelen robar muchos libros de los mostradores, pero alguna vez nos han llegado a robar algún ordenador o móvil”, cuentan. La mayoría de las veces se dan cuenta de estos pequeños percances y tienen que salir a la carrera detrás de tan ilustrados cacos. “Alguno pasea con su perro por la cuesta y no hay día que se meta un libro bajo el brazo, cuando se le recrimina nos pide perdón y nos dice que no se había dado cuenta”, recuerda divertido Bayo sobre un asiduo amigo de lo ajeno.
Los libreros reconocen que “no hemos sabido adaptarnos a las nuevas tecnologías. Internet y plataformas como Iberlibro nos hacen mucho daño, aunque hay algunas librerías de Moyano que están en dicha plataforma”, afirma Javier Bayo haciendo autocrítica. Los libreros tienen una página web, Territorio Moyano, que no mantienen como es debido. “Al principio, comenzamos con mucha fuerza, pero se ha ido diluyendo poco a poco”, apunta.
Si por esta cuesta han paseado literatos como Pío Baroja, Azorín, Alfonso Reyes, Rafael Alberti o Luis Carandell, ahora son pocos lo que lo hacen. “Los únicos escritores asiduos en la Cuesta son Arturo Pérez Reverte y Ricardo Martínez, antes también paseaban Luis Alberto de Cuenca o Andrés Trapiello. A Javier Gurruchaga también se le ve pasear los fines de semana o el ganador del Premio Planeta Javier Sierra, que vive cerca del Retiro, pero cada vez son menos los escritores que lo hacen. Ya no se buscan esas oportunidades entre los estantes de los libros sino en las páginas de Internet.
Aun así, no hay día que cuatro o cinco personas se acerquen hasta la Cuesta de Moyano para vender libros. Algunos lo hacen para vender bibliotecas enteras que han heredado o que por culpa de un mudanza se tengan que deshacer de sus preciados libros. “Al mes se suelen comprar unos 1000 libros a diferentes personas”, apunta Bayo. Luego esos libros pasaran a las estanterías o mesas de las librerías para que los paseantes puedan rebuscar las ofertas. Entre todos, tenemos que hacer lo posible para que la Cuesta Moyano siga funcionando y podamos seguir rebuscando con nerviosismo ese libro que llevamos años buscando. Que no nos quieten esos pequeños placeres que los libros traen consigo.