Por ejemplo, no deja de ser paradójico que ésta, la única obra árabe incorporada al acervo de la literatura universal, constituya en su propia cultura un libro marginal y despreciado, mientras que en Occidente goza de una inmensa popularidad desde que Antoine Galland emprendiera su primera traducción, en el siglo XVIII. Pero si esta evidencia ensancha nuestra autocomplacencia, hay otra paralela que nos invita a una cura de humildad: y ésta viene a decirnos que toda la literatura europea, en todos sus géneros, es deudora de las Mil noches. Si hablamos de novela de caballerías, aquí aparece la primera bajo el yelmo de Omar al-Numán. Si hablamos de literatura picaresca, hay que pedirle permiso al viejo beduino y a su cofradía de ciegos. Si queremos historias de amor, aquí las encontramos en todas sus variantes, desde la lírica a la satírica, pasando por la trágica. Si buscamos una buena novela negra, aquí nos espera el primer detective de la historia, el despistado Djafar al-Bermeki. Si queremos fábulas de animales al estilo de Calila y Dimna, historias de trotaconventos a la manera de La Celestina, prefacios a La vida es sueño, avances del mejor realismo mágico o cuentos didácticos, incluso discursos sobre las excelencias de los dos sexos, volvamos a escuchar la melodiosa voz de Shahrazad, no ya en palacio, sino entre los fuegos del caravansar donde también se sientan Sindbad y Alí-Babá.
El primero, viaje sobre viaje, nos hablará del pez-isla, del inmenso ave rok cuya carne rejuvenece a los hombres, de un caballo de bronce que se convertirá con Cervantes en Clavileño, y también de un Polifemo previo al de Homero, como él mismo es un Marco Polo antes de Marco Polo. Pero, ¿quién es Alí-Babá? Tal vez un desdoblamiento de Shahrazad, porque no en vano dentro de esta obra misteriosa todo se da por duplicidades: El poderoso rey Shahriyar y su hermano Shahzamán, Nur al-Din y su hermano Sam al-Din, Sindbad el marino y Sindbad el cargador, por supuesto Shahrazad y su hermana Dunyazad. También los insólitos Efrits, los genios benéficos o maléficos constituidos de humo y encerrados en botellas. Dentro del libro, el juego continuo entre sueño y realidad y, en suma, la doble lectura, culta y popular, durmiente y despierta, que resume el sentido de todos sus relatos.
Para abrir la cueva del tesoro de los cuarenta ladrones es necesario detenerse ante la puerta y decir: Ábrete, Sésamo. Desde la infancia, hemos escuchado miles de veces este conjuro. ¿Nos hemos preguntado qué significa? Una lectura rápida nos llevaría a disculparlo como una ingeniosa licencia: Qué mejor lugar para ocultar un tesoro que el nombre de una semilla insignificante. No obstante, una lectura detenida podría ofrecernos no sólo la clave de este abracadabra, sino el sentido oculto de las Mil Noches.
En sus Meditaciones de la Meca, Ibn Arabí, el gran místico del Islam, cuenta cómo después de la creación de Adán a Dios le quedó un poco de arcilla en las manos y con ella creó la palmera, que es por eso la hermana de Adán. Y todavía después le quedó un resto de arcilla casi invisible, equivalente, nos dice, "a una semilla de sésamo". Pues justamente con esa minucia, nos cuenta Ibn Arabí, creó una puerta que da paso a un mundo grandioso: Hurqalya o la tierra de la Verdadera Realidad; el intramundo donde habitan todas las imágenes, el país de la imaginación, de las ideas y las maravillas.
Si existiera una relación entre ambas tradiciones, si la historia de Alí Babá recogiera de alguna forma la leyenda sufí, entonces el relato de las Mil y una noches no sería otra cosa que una versión popular de una doctrina esotérica. Una especie de relato iniciático que nos cuenta cómo Alí Babá encuentra la forma de entrar en el lugar donde se encierran las verdaderas realidades y la sustancia de las experiencias espirituales, los tesoros.
Por eso se le hace necesario decir Ábrete Sésamo, porque la puerta de esa cueva -cuya relación con la caverna platónica resulta obvia-, es literalmente la Puerta del Sésamo cuyo paso depara la inmortalidad.
Sin moverse de la alcoba de Shahriyar y en apariencia sólo con el propósito de eludir su muerte, también Shahrazad inventa la inmortalidad. De hecho, hasta la versión canónica de las Mil noches no llega a reunir más de setecientos relatos. ¿Dónde están los restantes? Tal vez en los otros viajes de Sindbad más allá de la isla magnética, en la doble vida del califa Harum al-Rashid, a medio camino entre Damasco y Basora, o en ese tiempo entre la noche y el alba donde Shahrazad detiene su voz, en el umbral de las Puertas del Sésamo, antes de adentrarse en otra historia.
Frente a la mujer que cuenta para sobrevivir, Alí-Babá o el buscador espiritual que ansía la verdadera realidad a través de una ficción. Y junto a esta paradoja otra más que también es doble. Por una parte, no deja de ser curioso que una cultura donde las imágenes están prohibidas haya sido capaz de crear la Teoría de la Imaginación más profunda y más sutil que se conoce. Tanto como esa semilla de sésamo que contiene todas las claves de una mística ancestral, ocultas en la obra más fantasiosa y divertida de la literatura árabe.
Como en un juego de espejos, esa semilla de sésamo se refleja en el Aleph de Borges y en el Zahir de Calvino. Pero también en todo lector que se acerque a este libro prodigioso en busca de un tesoro. Según como lo lea, niño o adulto, cada cual encontrará el suyo. Por los tres hijos que le dio durante aquellas mil noches, Shahriyar liberó a la doncella de su condena a muerte como hacía con todas las de su harén después de quitarles la virginidad. En realidad, Sherezade le dio mucho más. Le regaló mil vidas y una más que es siempre la nuestra. Es decir, la de todo aquél que pronuncia el conjuro, Ábrete Sésamo, para adentrarse en esa Tierra Virgen de todos los Imaginarios. Mil y una noches, mil y una lecturas. Libro de muchos, tesoro de todos.