FIRMA INVITADA

"El animal más triste", en palabras del autor

Juan Vico (Foto: Susana Pozo).
Juan Vico | Martes 08 de enero de 2019
En "El animal más triste", una convencional reunión de viejos amigos y de sus respectivas parejas sirve de disparadero para una historia en la que nada es lo que parece. El narrador de la primera parte del libro, Jonás, un crítico de cine de cuarenta y pocos años, nos abre las puertas a su mundo erigido sobre modestos placeres y considerables frustraciones.

Acostumbrado a aplicar a la realidad el filtro de su memoria cinéfila, la mirada de Jonás es la de un individuo con una tendencia natural a la nostalgia que intenta, al mismo tiempo, luchar torpe e ineficazmente contra ella. Un pedante cortometraje filmado durante los años de universidad, la visita a un pueblo abandonado, el recuerdo de un compañero muerto muy joven y los ecos de un idilio remoto son los materiales que jalonan esta parte de la novela, y cuya categoría de tópicos narrativos no deja de ponerse en cuestión, en una personal vuelta de tuerca a la tradición literaria y cinematográfica a la que remiten.

Un relato que transcurre en el mismo valle visitado por el grupo de amigos páginas atrás (aunque ochenta años antes, y escrito por uno de ellos) sirve de engarce entre la primera y la tercera sección. Asistimos a la historia de un maestro que trata con poco éxito de inculcar sus ideales republicanos a los habitantes de una aldea perdida en el mapa, al tiempo que, de forma casi clandestina, redacta un tratado pedagógico sobre sexualidad. Aparecen aquí, reformulados o anticipados, algunos de los temas tratados en los capítulos previos y posteriores.

Volvemos al presente en la tercera parte de la novela, pero modificando la estrategia narrativa. En lugar de Jonás, son ahora el resto de compañeros los que irán asumiendo, sucesivamente, la voz del narrador, de forma que podamos alcanzar a construir una visión más compleja de su relación. Las informaciones de que disponíamos se ponen en duda o se confirman, se refutan o se complementan. Conoceremos las inseguridades de Marta, profesora en excedencia que acaba de iniciar una relación con Solange, una fotógrafa demasiado proclive a copiar a los grandes maestros de su profesión; la crisis
personal y creativa de Roberto, escritor de novelas policíacas de notable éxito y seductor en horas bajas; las fugas físicas y mentales de Paula, su compañera, veinte años menor que él e hija de una de sus antiguas parejas; los devaneos de Cecilia, la mordaz mujer de Jonás; los arrebatos de Silvia, una vecina ajena al grupo y repentinamente implicada en sus turbiedades.

"El animal más triste" apuesta por las variaciones de tono y la hibridación de registros, por combinar la concisión narrativa y la penetración psicológica, por trabar la exigencia estilística con un uso muy creativo de la elipsis: el equilibrio entre lo que se dice y lo que no, lo que se muestra en primer plano y lo que permanece difuminado al fondo, entre el énfasis y el sobreentendido, es, en esta novela, un aspecto fundamental. Desencantada a veces, apasionada o cruda en otras, y casi siempre irónica, la narración propone, dispersa en las mil cavilaciones de sus personajes, una visión nada complaciente del amor en los tiempos de la impaciencia. El sexo es propuesto como hilo conductor durante todo el decurso de la trama, a partir del eterno conflicto entre la realidad y el deseo; la infidelidad sexual, sin embargo, aparece formulada en paralelo a otro tipo de infidelidad: la que no dejamos de cometer contra la ingenua imagen que de nosotros mismos fabricamos en nuestra juventud, de forma que ambas acaban implicadas en un mismo juego de espejos.

"El animal más triste" constituye asimismo un ambicioso texto sobre los mecanismos de la ficción. La relación de los protagonistas con diversas disciplinas creativas, la literatura, la fotografía, el cine, sirve de base a la reflexión en torno a cuestiones como la autorreferencialidad, los clichés de la novela de consumo, los lugares comunes de la poesía, la pulsión cinéfila, los límites del pacto ficcional, la intertextualidad o el plagio. Durante todo el libro es posible además percibir numerosas resonancias (frases que repiten diferentes personajes en diferentes contextos, por ejemplo) y figuras que remiten a la idea del doble, guiños a otras obras, reflejos textuales que ponen en permanente cuestión las nociones convencionales de verosimilitud y originalidad, y que permiten a la propia narración ensayar algunas de las ideas que sus personajes exponen.

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