¿Qué es un aforismo sino pensar bellamente y de forma concisa, añadiendo fulguración a la ideación? Se trata de decir mucho con poco, valiéndose de la capacidad sugeridora de la poesía y de la capacidad analítica de la filosofía. Esta mixtura planta cara a los estándares preestablecidos porque rompe los rígidos encuadramientos de los géneros y encuentra ubicación en lo fronterizo. Ese lugar de contacto donde el intercambio genera riqueza de sentidos.
En mi opinión, un buen aforismo tiene que tener la fuerza emotiva del mejor poema y la profundidad reflexiva del mejor ensayo, y todo ello con una precisión deslumbrante que haga innecesario lo superfluo. Al tratarse de una escritura liminar, el aforismo se desenvuelve bien entre la intuición y la racionalidad, entre lo pasional y lo analítico, entre lo ético y lo estético. Aunque, para resplandecer, necesita echar mano de algunos recursos de prestidigitación literaria: la sorpresa, la agudeza, el ingenio, la chispa...
Los dos enemigos declarados del aforismo son la retórica y la simpleza. El uno por exceso y el otro por defecto. Embrollar lo directo, en este tipo de literatura, resulta tan inconveniente como enfatizar lo obvio. Ambas cosas deben evitarse para escoger únicamente el camino del laconismo revelador.
Desde hace ya unos cuantos años, el aforismo se ha convertido en un género pujante por diferentes razones: el fragmentarismo propio de la filosofía posmoderna, la irrupción de las redes sociales, los nuevos formatos audiovisuales y el boom psicoterapéutico.
Más allá de los aspectos de pura oportunidad, lo cierto es que estos pensamientos estrangulados (así los llamó Cioran) reúnen los requisitos necesarios para adaptarse perfectamente a la era de la digitalización global. De hecho, los titulares de prensa y los mensajes publicitarios ya adelantaban, en el siglo anterior, esta tendencia.
Muchos estudios sobre los hábitos actuales de lectura ya constatan que no solo se lee cada vez más en pantallas, sino que se hace durante lapsos cada vez más breves. Nos vamos acostumbrando a ojear flashes en lugar de asimilar textos prolijos. El efecto cognitivo que pueda tener tal práctica aún se desconoce, pero no cabe duda de que el aforismo, un género antes relegado y sin casi importancia en el mundo editorial, cuenta ahora con el viento a favor para convertirse, tal vez, en el medio de transmisión escrito del siglo XXI.