Cuando el viajero va a la India, lo primero que ve en España, si tiene conocimiento y ganas son los documentales e informaciones sobre este país que, en el mejor de los casos son bienintencionados. Ahora en Nueva Delhi, recordamos lo escrito por Gandhi: «La India está en los pueblos» Y tenía razón. Sus palabras al pisar esta tierra adquieren una mayor fuerza y un mayor sentido para ese viajero que piensa un poco la cosa, son mil millones de indios que se dice pronto.
Su rostro aparece en todos los billetes, desde el más pequeño hasta el más grande. Quien dijo que en la India se había olvidado al Mahatma. La vida está en todo en la India, pero una vida con letras mayúsculas como diría el periodista Alberto Oliveras.
Viajamos en un ferrocarril y aunque no sabes cuando va a acabar el trayecto, ves vida por todos los lados, una madre toca un tambor, mientras sus hijos menores de ocho años hacen cabriolas por todo el tren para que el respetable les de unas rupias. Uno no se muere de hambre en ese ferrocarril viejo y de antaño, pues por el pasan como hemos visto muchas personas. Lo mismo en las ciudades sean estas grandes o pequeñas, hay vida. Una vida que no hemos encontrado en nuestra querida tierra occidental. Los conductores son los amos de la carretera, con sus claxones intentan no darse un golpe con el que viene de lado o que está atravesando una calle y deja eso si, que un grupo de vacas pase tranquilamente con esa elegancia que las caracteriza. Esto es la India y muchas cosas más.
Diríamos que no. No se han querido someterse como hemos hecho los demás. Aquí, haciendo un poco de historia han estado los ingleses, los portugueses, pero ahora quedan resquicios y alguna que otra cosa más. Lo curioso es que ellos según nuestros ojos se muestran tal cual son. No vemos arrogancia en sus palabras. Se levantan muy temprano y cierran a su hora, recordemos eso sí, el cambio de horario y lo duro de este calor que mientras escribimos esta pequeña columna nos asfixia y tenemos que refugiarnos en las montañas.
En Occidente nos preguntamos muchas cosas, ¿a dónde va el hombre?, ¿qué hacemos aquí? En la India ese pequeño problema lo han resuelto según nos explican con el tema de las castas, una persona nace intocable y es como si le regalaran un traje para toda la vida, a no ser que es lo que el turista no entiende que tenga suerte y se la abra esa puerta que tanto dicen que se abre en occidente. El país de la tecnología, es posible. Detrás de esas potas viejas que nos sirven la comida o ese negocio de joyas que a muchos les gustaría en occidente. Vemos móviles y tecnología por todas partes. Desde hace muchos años, Óscar Pujol, actualmente director del Instituto Cervantes en Fez ha intentado unir y no separar. A sus muchos trabajos desde ese clásico diccionario, sánscrito –catalán que pronto esperamos ver en castellano se unen otras obras de reciente aparición como una introducción al sánscrito de Pierre -Sylvain Filliozat bajo el titulo «El Sánscrito. Lengua, Historía y Filosofía» o una breve introducción a la ciudad de Benarés del poeta y traductor Jesús Aguado «Benarés, India» ahora también en su momento y voviendo a Pujol no podemos olvidarnos del «El laberinto del Amor» en donde detrás de una palabra Amor junta su autor dos palabras, Oriente y Occidente.
Pero lo viejo y lo nuevo se juntan en India. Y lo curioso al hablar de libros es que pensamos que a lo mejor este (El Laberinto) era digno de una «reencarnación» pero hasta que punto no conviene que el espíritu siga y haga de él lo que tenga que ser sin el compromiso o no de las mujeres y los hombres en este paraiso «terrenal» «espiritual» o «literario» No sabemos...
Lo curioso y hasta donde la vista nos alcanza parecen llevarse bien. Ahora no podemos olvidarnos de la religión. La India es religión de la mañana a la noche. Cuando nos levantamos oímos y respiramos esa religión, al acostarnos sus películas están llenas de religión y ya no digamos en sus cines son ellos mismos y aunque no entendemos el idioma vemos como en determinadas escenas se levantan o tienen problemas técnicos y sale un elefante al revés y a ellos les causa gracia. Lo curioso y por otro lado normal es que no hay una sola India, sino muchas indias desde el sur hasta el norte. Con sus distintas características, con sus diversas formas con sus lenguas, con todo. No hay nada igual todo es diferente. Pero notamos alegría. Nos han vendido una imagen que no se acerca para nada a lo que estamos viendo en nuestro peregrinar. Otros autores como la poeta Chantal Maillard o el editor, Agustín Pániker han desarrollado una gran labor para dar a conocer ese grandioso país.
Unos monjes se dejan fotografiar, otros muestran con respeto un sencillo no. Por las mañanas en el Ganges y en el río Godavari vemos a mujeres lavar la ropa con una sonrisa, muchos de ellos viven aquí y a nosotros nos acompaña un señor a darnos ese chapuzón de la mañana, para luego acudir a una ceremonia en un templo cercano. Y también aquí en Benarés concretamente reside desde hace muchos años un enamorado del país, Álvaro Enterría que habla del Ganges y de lo que actualmente por un descuido de unos cuantos está pasando con la Madre Ganga como lo denominan ellos. Y que en cierta ocasión dijo aquella frase: ¿de que India hablamos?
Si pudiéramos tendríamos que traer no una cámara sino varias y varios discos duros, el indio sea sikh o de otra religión le gusta que lo fotografiemos, se siente cómodo, sabe como llegar al occidental, aunque en nuestro caso el inglés no sea perfecto. Hemos visto, es cierto, a muchas personas pidiendo por las calles en unas situaciones lamentables que hay que denunciar una y mil veces, pero hasta estas personas saben como se debe pedir y muchas de ellas (taxistas y demás) nos recuerdan a nuestro clásico Lazarillo de Tormes y a su genial idea del pícaro. Al viajero, le ven la cara – e intentan de hecho lo han conseguido – quitarle un precio por encima del real. Pero, ¿quien no lo hace en occidente y lo consigue? . Al precio que está la rupia, los occidentales con nuestra cara de exigencia en ocasiones somos ricos, independientemente del nivel de vida que tengamos. Aquí en la India somos ricos. Ahora el viajero en vez de ver y disfrutar del viaje entra como un elefante en una cacharrería y lo más duro es que no nos gusta vernos a nosotros mismos, rechazamos a los indios, a todo aquello que no nos gusta. Queremos romper moldes y pensamos que lo nuestro es mejor. Ahora, nos gustaría que en nuestra casa hicieran lo mismo. Pero quizás visitar un país como la India nos ayuda y enseña a enfrentarnos a nosotros mismos.