Drama | 93 min. |España| 2018
Título: Sin Fin.
Título original: Sin Fin.
Director: César y José Esteban Alenda.
Guión: César Esteban Alenda, José Esteban Alenda.
Intérpretes: Javier Rey, María León, Juan Carlos Sánchez, Mari Paz Sayago.
Estreno en España: 26/10/2018
Productora: Producciones Transatlánticas / Solita Films / Elamedia Estudios.
Distribuidora: Fílmax.
Sin fin es una película romántica de ciencia ficción basada en el corto homónimo de los hermanos Alenda. Cuenta la historia de David, un hombre que tiene la capacidad de viajar en el tiempo y decide volver a vivir junto a Nina el día que se conocieron mientras viajan en un autobús público. Ella es una joven descarada, mientras que él es todo lo contrario.
En 2014, Cesar y Jose Esteban Alenda realizan el cortometraje Not the end, una historia sobre una pareja que se desarrolla en diferentes momentos temporales y que mezclando un poco de ciencia ficción y drama analizaba el efecto del paso del tiempo en los personajes, interpretados por María León y Javier Rey. Desde su misma finalización, en el ánimo del equipo estaba el recoger el testigo del corto y ampliarlo a un formato de largometraje que permitiera profundizar en el conocimiento de los personajes y la historia.
Sin fin, el largometraje, discurre por territorios insólitos en el cine español, pues nos encontramos ante una historia romántica que partiendo de un elemento de ciencia ficción, una máquina del tiempo, se adentra en un melodrama sobre la relación de una pareja, centrado en el primer día que se conocieron y en el que puede ser su último día; además, el filme también adopta la estructura de una road movie, en este caso, con el protagonismo del autobús, profundizando todavía más en la utilización del viaje como conocimiento, como descubrimiento.
La referencia lejana sería Dos en la carretera, no porque ambos filmes sean equiparables sino por la reflexión sobre la huella que el tiempo deja en la pareja y el uso del montaje temporal para narrar la historia.
La referencia lejana sería Dos en la carretera, no porque ambos filmes sean equiparables sino por la reflexión sobre la huella que el tiempo deja en la pareja y el uso del montaje temporal para narrar la historia. Como espectadores vamos pasando desde la tristeza de una pareja que ve como, tras un largo periodo de convivencia, el amor inicial ha sido sustituido por la rutina. Javier se muestra obsesionado por su trabajo, ese posible descubrimiento científico, y María lucha con una depresión provocada por su impotencia ante el hecho del fracaso de su relación con Javier.
Frente a esta situación, el montaje temporal retrocede para mostrar el inicio de la relación amorosa de la pareja. Ese primer día en que se conocen, donde todo se desarrolla de una manera vertiginosa. El carácter tímido de Javier choca con la espontaneidad de María, dos personas muy diferentes, que se unen. Son esos momentos donde algo sucede en el estómago, donde las reacciones no son racionales y para ambos se produce un clic que supone el enamoramiento.
Esa sorpresa contenida de Javier ante la repentina irrupción de María en su ordenada vida basada en la racionalidad (sabe la hora exacta en que amanece) choca frontalmente con los bruscos cambios que supone la constatación de la degradación de su relación.
En los versos de su canción Lucía, decía Serrat: «nada más amado que lo que perdí»; y finalmente, Javier, impulsado por esa máquina del tiempo y consciente de la pérdida del amor de su vida, tiene la capacidad de redimir esos errores pasados que han terminado por marchitar ese amor original. El artefacto al que ha dedicado su vida le permite una segunda oportunidad para enmendar su actitud egoísta, abriendo un camino en el que María es capaz de seguir ese paso adelante que efectúa Javier.
El hecho de que el protagonista pueda alterar el destino, a través de esa argucia argumental de la máquina del tiempo, y la adscripción del relato a la ciencia ficción, que posibilita esa segunda oportunidad (con el personaje de Javier en tres épocas diferentes), quizá sea la parte más endeble del filme y hay momentos en que la estructura del entramado del relato es demasiado visible. En cualquier caso, pasando de soslayo por ese elemento ficcional que permite viajar en el tiempo, es mucho más interesante dejarse llevar por la historia de esa pareja.
Un detalle a tener en cuenta es que frente al modelo de la película de Donen que hemos citado al principio o el que también podemos ver en otros filmes de similares características —como podría ser 500 días juntos (Marc Webb, 2009)— la historia de los hermanos Alenda se diferencia de esos referentes pues habla en realidad de dos días, el primero y el último, constatándose una inmensa elipsis entre esos dos momentos que el espectador debe rellenar completando ese hueco que se da entre el amor y el hastío, asumiendo el deterioro de la relación de pareja.
De igual forma, la conclusión, aunque explicada en la película, es abierta, de tal forma que cada uno puede pensar qué final quiere para esa pareja. Esa llegada al mar que Javier nunca ha visto (¿un homenaje a Los 400 golpes de Truffaut?) supone para ambos personajes la toma de decisiones, para bien y para mal, asumiendo renuncias y sacrificios, y ante todo, pone en primer plano la decisión del personaje femenino de llevar finalmente las riendas de su destino buscando su libertad.
Tres elementos son destacables en el filme. En primer lugar el trabajo interpretativo de los protagonistas, que tienen la capacidad de dar vida en cada momento temporal al mundo interior de sus personaje pues sería muy difícil llevar adelante la historia sin la complicidad y la química entre ambos; en segundo lugar el esmerado trabajo con los detalles y los objetos que tienen gran importancia en el relato pues ayudan a dar continuidad a la fragmentación temporal (el reloj, los gusanitos, la herida en el cuello, los autobuses, el libro de La gaviota de Chéjov, la broma con Penélope Cruz); y finalmente, la fotografía de Ángel Amorós, capaz de marcar estilísticamente la separación entre un tiempo y otro.
No es una película perfecta pues el recurso a la ciencia ficción termina siendo un tanto forzado, pero los elementos erróneos se derivan de la apuesta y el riesgo por contar una historia personal, que se mueve entre la melancolía de una época pasada y, quién sabe, un futuro esperanzador, en una especie de continuidad, tal y como se remarca en los protagonistas reflejados en el espejo del ascensor que hace que su imagen se reproduzca de una manera infinita.
Había muchas posibilidades de enfangarse en el terreno de la sensiblería cayendo en el ridículo con el amor como motor de la vida, pero los hermanos Alenda sortean ese peligro y, una vez aceptado el invento de la máquina del tiempo que propicia el carácter infinito a la historia, se despliegan una serie de temas interesantes como la no aceptación de la realidad que nos ha tocado (o hemos buscado) vivir, la posibilidad de disfrutar de una segunda oportunidad arreglando aquello que se hizo mal en su momento, el paso del tiempo como valor positivo para aprender de las experiencias pasadas; y, por último, la necesidad, sea cual sea el momento en la vida, de dar un paso al frente para luchar por aquello que uno quiere o ama. Luis Tormo Revista Encadenados