Aquella mañana del 11 de septiembre de 2001, cuando ocurrió el atentado a las Torres Gemelas, fue el germen del primer libro publicado por el periodista francés Michel Moutot, “Las catedrales del cielo”.
Michel Moutot trabajaba como corresponsal para la Agence France Presse en New York el día de los atentados del 11-S, durante meses cubrió todas las noticias y pormenores que sucedieron en la zona 0 del atentado. Vio cómo comenzaron las faenas de desescombro de aquellas torres hasta entonces gemelas conocidas como The World Trade Center.
Nada se escapaba a los ojos perspicaces de este periodista, por se fijó que muchos de las personas que realizaban las obras de desescombros tenían un cierto aire de indios aborígenes americanos. La tez oscura les delataba. Indagó y supo que los indios que participaban en esas labores pertenecían a la etnia de los Mohawks. Dichos indios habían participado, a comienzos del siglo pasado, en la construcción de los más altos rascacielos de la Gran Manzana, entre ellos, el Empire State Building o el edificio Chrysler. Los mohawks eran los encargados de construir el armazón de dichos edificios.
Se decía que los mohawks no tenían vértigo porque trabajaban casi sin protección a gran altura. Sin embargo, Michel Moutot después de haber investigado a estos indios puede afirmar rotundamente que “los mohawks tienen vértigo como cualquier ser humano. Todo es una leyenda”. Otro mito que la realidad nos destruye. El periodista conoce muy bien el origen de la leyenda. “El origen comienza en 1886 cuando se empezó a construir un puente sobre el río San Lorenzo. Los constructores tuvieron que pedir permiso a la tribu Mohawks para construir el puente ya que pasaba por su territorio. Éstos dieron su permiso con una única condición que contratasen a los jóvenes mohawks en la construcción del puente”, recuerda.
La tribu mohawks tenía fama de buenos carpinteros, por eso no les costó mucho a adaptarse al hierro y al acero y pasaron a montar las estructuras de puentes y edificios con la misma facilidad que anteriormente cortaban las cabelleras de los colonos americanos. Años después participaron en la construcción de los grandes rascacielos de comienzo del siglo XX y en 2001, después del atentado, participaron en las labores de desescombro y limpieza de las torres World Trade Center.
La idea del libro surgió al ver las labores que realizaron los mohawks en dichas torres pero por aquel entonces no tenía pensado dar el salto a la literatura, sus labores periodísticas por medio mundo le dificultaban la tarea, hasta que un amigo le pidió que le ayudase a escribir su biografía sobre unas expediciones polares, en Groenlandia. “Me convertí en un negro literario a las órdenes de mi amigo y el libro tuvo tanto éxito que me ofrecieron escribir otro. Yo le dije al editor que no era un negro literario, que escribiendo estos libros ganaba menos que una persona dedicada a las limpiezas del hogar”, cuenta divertido Michel Moutot.
El escritor francés parece más un escritor estadounidense que francés. “Han llegado a decir en mi país que la novela estaba muy bien traducida”, apunta entre risas y añade “a mí me gustan escritores como John Steinbeck, su novela Las uvas de la ira me parece una obra maestra, todo lo contrario que los escritores de mi país que me aburren muchísimo. Todas son noveles de parejas que se van a separar y se citan en un bistró para hablar de ello”.
El único pero que le pone a “Las catedrales del cielo” es que puede parecer en muchos pasajes más un reportaje que una novela. “A mí, me gusta mucho saber cómo son las cosas y su porqué, por eso se asemeja a un reportaje en alguna fase del libro. Me gusta coger de la mano al lector y acompañarle durante toda la trama”, expone razonadamente este francés cercano y concluye “si volviese a escribir la novela otra vez, la escribiría de manera diferente, ya que escribiendo la novela he aprendido a escribir de una forma más literaria y menos periodística. Creo que esto se reflejará mejor en mi segunda novela que va a aparecer este año en Francia.