La oscuridad lo envuelve todo. Aparece un hombre solo, distorsionada su presencia por una oscura luz roja proyectada entre interferencias. Es un hueco de aire, ni mucho menos limpio, en el apocalipsis. El único superviviente defensor del gobierno de las mujeres huye. Han sido derrocadas por un golpe masculino, que ha establecido un régimen neo fascista en el que ellas han sido reducidas a la mera función reproductiva.
“Un hombre ante el abismo”, en su primera parte, es una lectura dramatizada del periodista Fernando Olmeda, cada día más polifacético, en la que el solo ante un atril y una pequeña lámpara de lectura presenta esta distopía feroz. Se trata de un pequeño escenario en el que se cuestiona el totalitarismo, el fanatismo ideológico, la sumisión por razones de género -en este caso-, que te devuelve por sorpresa al hombre de “La carretera” de Cormac McCarthy frente una máquina de Coca-Cola abandonada, al momento de polvo suspendido en el que los rinocerontes de Ionesco asaltan la ciudad.
El trabajo de Hachè Costa, compositor habitual de las obras de Olmeda, es el potente envoltorio que transmite esa angustia. Un papel de celofán rojo, asfixiante, alrededor de la cabeza.
En la segunda parte, “Palabras en el alambre”, el hombre sólo, ya Fernando en carne y hueso, apoyado en un taburete alto, comparte unos pequeños relatos y poemas, unos hacia dentro, revisando el amor, la soledad; otros hacia fuera, la codicia, la mediocridad. Costa, ya descabalgado del teclado, guitarra en mano, vuelve a arropar la voz del autor para dejarte aterrizar en la realidad, casi cuarenta grados a la sombra el día del estreno. Una magnífica opción para esquivar el calor las noches del 1, del 8 y del 15 de julio, en el Teatro Aguas de Madrid. Algo interesante, distinto. Y no necesita uno compañía.