El Partido Liberal tuvo un complejo nacimiento fruto de la división en el seno de los liberales progresistas y demócratas al término del Sexenio Democrático. Pero el deseo de los principales líderes de esta heterogénea familia del liberalismo español para poder convertirse en alternativa a los conservadores y la idea de Cánovas de la necesidad de la alternancia en el gobierno para evitar los riesgos para la estabilidad debidos al monopolio del poder que se había producido en el reinado de Isabel II fueron allanando el terreno para su creación.
En primer lugar, se encontraba el grupo de políticos que habían formado el Partido Constitucionalista en tiempos de Amadeo de Saboya. Sus principales líderes, que comenzaron a aceptar el papel de ser la oposición cuando en 1875 se produjo la Restauración borbónica, fueron Serrano y Sagasta, aunque el primero dejaría de tener muy pronto el protagonismo de antaño. Por otro lado, estaban los denominados centralistas de Alonso Martínez. Este político tuvo un destacado protagonismo en la elaboración de la Constitución de 1875.
A partir de 1877, Sagasta comenzó a trabajar para organizar un partido fuerte, habida cuenta de su interés en ser alternativa de gobierno en el nuevo régimen político. Para ello tenía que aceptar dos principios establecidos por Cánovas: la soberanía compartida, es decir, entre la nación representada en Cortes y la Corona, representante de la Historia, y por lo tanto el evidente poder de la misma. Por otro lado, Sagasta se acercó a Alonso Martínez para aunar esfuerzos. Así pues, el 23 de mayo de 1880 en un acto público se creó el Partido Liberal-Fusionista, que unió a los constitucionalistas con los centralistas. El programa básico de la nueva formación consistía en conducir el sistema hacia el progresismo y combatir las tendencias reaccionarias de los conservadores. Al año siguiente, accedieron por vez primera al poder.
Por otra parte, existía el Partido Progresista-Democrático, pero en franca crisis. Una parte del mismo, liderada por Cristino Martos, se desgajó del sector “intransigente” que lideraba desde el exilio Ruiz Zorrilla. El grupo de Martos se integró en la Izquierda Dinástica, formación liderada por Segismundo Moret. Este partido era posibilista, ya que pensaba que la Monarquía de Alfonso XIII podía ser compatible con los principios consagrados en la Constitución de 1869.
La tendencia a converger entre gran parte de estos grupos llegó cuando entró en crisis el Partido Fusionista en 1883. Los fusionistas e Izquierda Dinástica comenzaron a acercarse para llegar a un acuerdo para integrarse justo cuando Cánovas regresaba al poder. Moret decidió integrarse en el partido de Sagasta. El Partido Liberal planteó un programa político basado en la defensa de los derechos individuales, el establecimiento del jurado, la responsabilidad de los funcionarios y el reconocimiento del sufragio universal masculino.
Al morir el rey Alfonso XII quedó ya claramente prefigurado el sistema del turnismo, aunque no está muy clara la existencia del denominado Pacto de El Pardo. En todo caso, Sagasta subió al poder y se convirtió en el líder del Partido Liberal. Si en el reinado de Alfonso XII el gran protagonista había sido Cánovas, en la Regencia lo fue más Sagasta. Entre 1885 y 1890 se dio el conocido como “gobierno largo liberal”. Este gobierno respetó claramente el sistema diseñado por Cánovas, pero introdujo reformas de signo más progresista. Recordemos que la Constitución de 1875 era de naturaleza elástica, es decir, que permitía, respetando una serie de principios básicos, realizar varias interpretaciones en un sentido más moderado o progresista, según el color del gobierno de turno. Si los conservadores solían poner el acento en el orden frente al ejercicio de los derechos y la defensa del sufragio censitario, los liberales defendían más el reconocimiento y garantía de las libertades y el sufragio universal masculino. En este sentido, los liberales aprobaron una Ley de asociaciones en 1887, que permitió la legalización de sindicatos, como la UGT, así como la celebración de congresos y reuniones sindicales y del propio PSOE. Aunque puede ser considerada desde una perspectiva actual como muy tímida, no lo fue en su momento. Los liberales sacaron la Ley del jurado en 1888, una de sus reivindicaciones históricas, que tuvo la consecuencia de favorecer la libertad de imprenta, ya que se acabó la censura previa y, sobre todo, quitó a la jurisdicción militar la competencia en delitos de calumnia o difamación. Se aprobó el Código Civil en 1889 y una legislación sobre el procedimiento administrativo. Por fin, en 1890, después de un intenso debate y la cerrada oposición de Cánovas, se aprobó el sufragio universal en 1890, que permitió integrar en el sistema a los republicanos posibilistas de Castelar y abrió más el sistema político, especialmente en el ámbito urbano, aunque la fuerza del caciquismo siguió siendo omnímoda en el mundo rural y se mantuvo el fraude electoral. No se consiguió cerrar la brecha entra la España oficial y la España real.
Más complicada fue la reforma del ejército que pretendieron los liberales. El objetivo era reconvertir a las fuerzas armadas en un ejército más moderno y eficaz, pensado para la defensa exterior y no tanto como instrumento de represión y mantenimiento del orden público, pero se chocó con los altos mandos muy reacios a introducir reformas. El ministro Cassola propuso la Ley Constitutiva del Ejército, un ambicioso intento de modernizar al ejército siguiendo el modelo prusiano, tan en boga en aquellos tiempos. Se debatió en el Congreso de los Diputados entre 1887 y 1888 pero tuvo que ser retirada, provocando la caída del ministro. Hubo que esperar bastante tiempo a que se emprendieran cambios como el del servicio militar obligatorio y la reforma del sistema de ascensos.
Por fin, los liberales quisieron plantear cambios en política exterior. En este campo se destacó el ministro Segismundo Moret. El político buscaba que España tuviese un mayor protagonismo en el mundo, a pesar de que no era una potencia de primer rango. Se abrieron más embajadas, intentando cubrir las principales capitales europeas. España se acercó a la Triple Alianza, pero no tuvo ningún éxito en el reparto colonial de África, que se organizó en el Congreso de Berlín de 1884-1885.
En el inicio del reinado de Alfonso XIII el Partido Liberal decidió renovarse. Los liberales consideraron que habían conseguido cumplir con su primer programa político cuando ejercieron la responsabilidad de gobernar. Sagasta era un anciano, y pensaron que había que elaborar un nuevo programa y contar con un nuevo líder. En diciembre de eso año, Eugenio Montero Ríos, por decisión del propio Sagasta, se encargó de realizar dicha tarea. Parecía que sería el sucesor. Sagasta fallecía al poco tiempo y los líderes liberales se reunieron para decidir que Montero Ríos se encargase, efectivamente, de redactar el programa. El designado optó por dar un giro a la izquierda al Partido, introduciendo algunas propuestas de signo social: promoción de las sociedades de previsión social y regulación de los contratos laborales. Se trataba de un cierto avance ante la clásica neutralidad del liberalismo en materia socioeconómica.
Pero no fue tan sencillo elegir al sucesor de Sagasta al frente del Partido. En la asamblea donde se votó, Montero Ríos no alcanzó más que una exigua mayoría frente a Segismundo Moret. Aunque se designó al primero, el Partido Liberal estaba claramente dividido. El propio Montero Ríos reunió a sus partidarios para intentar crear el Partido Liberal-Democrático, pero el miedo a la fractura total calmó los ánimos y se llegó a un acuerdo entre ambas partes para preservar la unidad, al menos en teoría.
En esta época se dio una importante crisis en el sistema político y en el Partido Liberal. Montero Ríos, al frente del gobierno, intentó sancionar a los militares que habían protagonizado el famoso episodio del diario Cut-Cut!, pero al no conseguirlo tuvo que dimitir. Moret le sustituyó y aprobó la Ley de Jurisdicciones que estableció que las denominadas ofensas al Ejército y a los símbolos y unidad de España serían juzgadas por la jurisdicción militar, disposición que muchos liberales vieron como una claudicación del poder civil, en coincidencia con toda la oposición republicana, de izquierdas y catalanista.
No llegaba la calma al Partido Liberal porque en 1907 irrumpió con fuerza una figura política muy activa. Estamos hablando de José Canalejas, produciéndose una cierta escisión, ya que se convirtió en el líder del grupo democrático-monárquico, empeñado en la aplicación de un programa político de fuerte contenido laico para frenar el ingente poder de la Iglesia Católica en todos los ámbitos. La tensión en el seno del liberalismo era evidente, como también lo sería en el de los conservadores. Los partidos dinásticos no supieron adaptarse a la nueva situación del siglo XX, a la irrupción de las masas en la política y al surgimiento de partidos modernos, como el de la Lliga Regionalista de Catalunya, que los desplazó en Cataluña, o el Partido Radical.
El liberalismo se reagrupó ante la crisis del gobierno de Maura a raíz de la Semana Trágica y la represión consiguiente. Estos hechos llevaron a los grupos liberales a abandonar por un tiempo sus disputas. Canalejas subió al poder y puso en marcha el último intento regeneracionista desde las posiciones más a la izquierda del liberalismo español. Famosa fue su Ley del Candado frente a la proliferación de las órdenes religiosas, y que provocó una fortísima tensión con la Iglesia Católica. También intentó abordar la cuestión catalana con su proyecto de mancomunidades. Emprendió una activa política en la Guerra del Rif e intentó frenar la conflictividad social. Pero su intensa carrera se truncó cuando fue asesinado en la Puerta del Sol por un anarquista el 12 de noviembre de 1912.
Con la muerte de Canalejas el Partido quedó sin su más valioso líder, a pesar de que fuera contestado en el seno de la formación. Se desataron con fuerza las tensiones internas. Ahora los principales líderes serían Romanones y García Prieto, con sus respectivos seguidores y clientelas políticas. Santiago Alba crearía la Izquierda Liberal. En realidad, hacia 1918 el Partido Liberal no era ya en sí una formación unida, sino una especie de bloque de personalidades. En diciembre de 1922 tendrían su última oportunidad de poder cuando el rey Alfonso XIII llamó a García Prieto a presidir el Consejo de Ministros. En septiembre de 1923, Primo de Rivera daba un golpe de Estado que terminó con el régimen de la Restauración y dejó a García Prieto asombrado frente a Alfonso XIII.