Se ha presentado en el Centro Riojano de Madrid el libro de poesía "dad" de Elena Fernández Yárritu. El libro ha sido publicado por la editorial Vitrubio en su colección Los Baños del Carmen. La autora ha estado acompañada por el poeta y aforista Ricardo Martínez-Conde que habló sobre los valores de la poesía de la autora.
Ella, desde su altozano, observa el paisaje, esto es, hace bueno el paisaje, lo concibe y entiende como algo generoso, y por eso le entrega su mejor intención para hacerle compañía. Más, ¿cómo no habría de ser así? Si volvemos a la naturaleza, por amor o por dolor, es porque somos naturaleza, porque de ella provenimos.
Entonces la poeta, gozosa y partícipe, le dice a su acompañante, a su amado literario, a su lector: ven, observa conmigo, contempla…
He aquí un gesto de amor: observa conmigo, observemos juntos, sintamos juntos para eludir la soledad…
El paisaje es sobrio y sencillo: árboles-ríos-campos de avena, pero también, árbol como origen del fruto que nos da satisfacción y alimenta; ríos que nos sacian la dura sed y nos cantan y nos acompañan en ese sentir individualizado pensando en el destino: ‘nuestras vidas son los ríos…’
Y los campos de avena como símbolo nutriente, como el sustento que no solo alimenta nuestro cuerpo sino que, de algún modo, alienta el futuro en la medida en que propicia la fecundidad, la procreación, la posibilidad de futuro. Y esto, dicho, pensado por una mujer, adquiere una dimensión especial, más significativa.
Comentaba Bruce Chatwin en su libro ‘Los trazos de la canción’ (un libro claro y poético sin ser de poesía, una aproximación a la vida de los aborígenes australianos), que la mujer es quien porta el fuego. Es decir, ella provee en cuanto que dispone el alimento para que el guía, el nómada, pueda continuar el camino y con ello la búsqueda, la aventura, en ambos, del vivir.
En un último verso, sin embargo, nos dice la poeta: “Abreviaturas ahora” Y pienso que al decir abreviaturas tal vez quiera referirse al cereal segado, lo que supone que la cosecha –del cariz que fuere-, ha concluido y vuelve con ello la posible escasez, más, al tiempo, la esperanza de una nueva cosecha después de haber entregado tiempo, trabajo y esfuerzo. Pero así es el transcurrir del hombre, donde el provecho deriva siempre del esfuerzo. Vida es esfuerzo, es cierto, pero en ello reside también la satisfacción por lo conseguido.
O bien pudiera referirse al grano en sí, al fruto propio después de la cosecha, que, a su vez, propiciará un nuevo nacimiento.
La poeta hace un llamamiento sencillo –y, a la par, profundo- acerca de esas palabras que en su sencillez comportan una fuerza inusitada de significación: árbol-agua/río-avena/cosecha, términos que, trasladados a otras formas de descripción, suponen una virtud primigenia, el valor genético del origen de las cosas, de la raíz como garante de futuro. Y, me atrevo a decir, en ello, de libertad.
Pero podría referirme aún a otro pasaje que me ha resultado ilustrativo como ejemplo, dice así:
En la torca/ el latido del eco/ reverbera.
He elegido deliberadamente este fragmento porque aquí reside, creo –también simbólicamente, como no podría ser de otro modo- la otra parte esencial del ser humano, ese destinatario anónimo, el Otro, a quien la poeta –en realidad todo poeta- se dirige. Y este presupuesto de interlocutor radica en quien tiene por sí la condición de escuchar.
En literatura el eco, desde el silencio, no sólo es un valor de carácter físico, sino podría serlo también espiritual, en cuyo caso la autora nos coloca ante el código simbólico de la trascendencia, esto es, de algún modo, la alusión a Dios.
El eco dice, pero como no dice a nadie en concreto, su valor es –o pudiera ser- de trascendencia, de un cierto valor ontológico, de vínculo más allá de lo real.
¿No consideran ustedes que hay una cierta alusión al eco en aquello que escribió Machado un día? “Quien habla consigo a solas espera hablar a Dios un día”
Y aquí volveríamos, una vez más, a la importancia del origen, de lo originario. Y, en alguna medida, a la significación, tan honda, de la soledad.
Ha escrito Bowra, el gran antropólogo inglés, refiriéndose a esa tríada que ha generado la comunicación primera, la universal, la trascendente: primero ha sido el grito, luego el gesto, luego el decir ordenado, el poema.
Ahora bien, ¿a quién ha invocado siempre el poeta sino a los contenidos de su propia soledad? Así es como la poesía nos enseña lo esencial a la vez que nos propicia compañía.
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