La República romana fue un experimento democrático que duró cinco meses, entre el 9 de febrero y el 4 de julio de 1849, y que no pudo sobrevivir por la presión de las potencias internacionales. En la efeméride de su creación nos acercamos a su breve Historia.
La República romana surgió en los Estados Pontificios en un momento intenso de los procesos revolucionarios derivados de 1848 y de la unificación italiana. La conocida como Primavera de los Pueblos tuvo en Italia una especial importancia, dada su situación efervescente en lo político, dividida en múltiples estados, con la presencia austriaca, garante, a su vez, del orden ya moribundo de la Restauración, y con el papa Pío IX, en principio con ideas liberales desde que comenzó su pontificado, pero que terminaría derivando hacia un claro conservadurismo, precisamente a partir de los hechos revolucionarios que crearon la República en Roma. Muchos estados italianos tuvieron que adoptar constituciones liberales, mientras la Lombardía y el Véneto se sublevaban contra el poder austriaco. El reino de Cerdeña apoyó esta causa antiaustriaca, ocasionando una guerra, que involucró al Gran Ducado de Toscana, y al Reino de las dos Sicilias, en el sur.
Esta situación intensa afectó de forma evidente a los Estados Pontificios. En Roma la figura clave del gobierno era Pellegrino Rossi, un personaje a caballo entre la Francia de la Monarquía de Luis Felipe y la Roma de Pío IX, interesado vivamente por la teoría económica en cuestiones sobre la población, la renta de la tierra y la defensa del librecambismo. El gobierno francés había enviado al toscano a Roma para tratar sobre la cuestión de los jesuitas y se le hizo embajador ante el papa. Pero la Revolución de 1848 que terminó con Luis Felipe para proclamar la Segunda República en Francia hizo que se quedara en la ciudad eterna. El pontífice le nombró ministro de Justicia. Pellegrino quería implantar reformas liberales en los Estados Pontificios para modernizar su administración y gobierno, aunque no le dio tiempo a ponerlas en práctica, además de promover la causa nacional italiana con acuerdos con el Piamonte y Nápoles. Pero fue asesinado por un joven de una sociedad secreta. Este hecho precipitó los acontecimientos. El papa huyó a Gaeta, buscando la protección del rey Fernando II de las Dos Sicilias, y solicitando el socorro de los estados católicos europeos.
La República romana fue proclamada el 9 de febrero de 1849, siendo gobernada por un triunvirato formado por Carlo Armellini, Aurelio Saffi y Giuseppe Manzini, el personaje más destacado y conocido. Armellini era un abogado romano que comenzó siendo un liberal moderado, pero que se radicalizó tras la huida del papa. Fue uno de los redactores de la Constitución de la nueva República. Saffi, por su parte, era un activo republicano en la órbita de Mazzini.
Uno de los aspectos más interesantes de este régimen político fue su dimensión social, en línea con el mayor protagonismo que estas cuestiones adquirieron en los procesos revolucionarios del 48. La República romana no se puede comparar con la posterior Comuna de París, ya que no estaríamos hablando de una experiencia obrera de gobierno, pero no debe olvidarse la importancia de las reformas sociales que se intentaron implantar a favor del pueblo y de los campesinos romanos.
Mazzini era consciente de las grandes dificultades para sacar adelante el nuevo Estado por las diferencias internas del movimiento y por los importantes enemigos exteriores, pero demostró grandeza de miras, lucidez y gran tolerancia. Se negó a amordazar a la prensa y a apresar a los contrincantes políticos. Mazzini encabezaba un proyecto revolucionario nacionalista democrático pero también social, que es lo que aquí nos interesa subrayar.
Mazzini no creía en la lucha de clases, sino en la lucha política del pueblo italiano para la construcción de Italia, de ahí que intentara organizar a los obreros en la Joven Italia para el objetivo que pretendía. La lucha de clases llevaría a la guerra civil. Por otro lado, este encuadramiento en la causa nacional evitaría que los obreros abrazaran la causa socialista. La lucha debía dirigirse, pues, contra los enemigos de Italia: el absolutismo borbónico en el sur, el dominio papal en el centro y la presencia austriaca en el norte. Eso no era obstáculo para que se construyese una Italia en la que se alcanzase la justicia social, pero siguiendo más los métodos de los utópicos, es decir, a través de la persuasión. Tampoco era nada radical en relación con la propiedad privada porque no creía que debía ser abolida, ni tocado el derecho de herencia. Eso sí, era partidario de las cooperativas de producción y consumo.
Si esta es la síntesis de su pensamiento social, las realizaciones prácticas de Mazzini se encaminaron a mejorar la vida de las clases populares romanas y del campo, los antiguos súbditos del papa. En primer lugar, se suprimió el impuesto sobre los granos que encarecía el precio del pan. Otros impuestos sobre productos básicos fueron disminuidos. Se posibilitó el acceso a la justica de los más menesterosos al bajar las tasas judiciales que se cobraban.
La asamblea revolucionaria se incautó de casas y tierras de la Iglesia. Las propiedades rurales fueron repartidas a favor de los campesinos más pobres en una suerte de reforma agraria.
En la ciudad se atacó el problema del paro estableciendo un programa de obras públicas. En las fábricas de armas se empleó a otro sector de los obreros en paro. Los que trabajaban para el nuevo Estado vieron una clara subida salarial. Todas estas medidas procuraron una elevación del nivel de vida de las clases populares.
Pero un régimen democrático y social como el que representaba la República romana no podía durar mucho, tanto por la presión interna de la burguesía, como de la exterior del papa, desposeído de su poder, y de las potencias europeas.
La República romana cayó por la presión de las potencias europeas. La Asamblea Nacional Francesa, con el apoyo del presidente, Luis Napoleón, votó el envío de tropas, la conocida como exposición de Roma. También presionaron los austriacos, los Borbones de Nápoles y el gobierno moderado español de Isabel II. Austria había vencido a los sardos y decidió invadir la República romana. Después de un mes de enfrentamientos el régimen republicano desapareció, y Francia pudo restaurar los poderes del pontífice Pío IX. El papa decidió imponer una política harto conservadora en sus Estados.