La iniciativa para crear una Cátedra de Economía política en Madrid después de terminada la Guerra de la Independencia surgió en el seno de la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Uno de sus socios más activos en los primeros lustros del siglo XIX, el catalán Antonio Regás, elevó, en noviembre de 1813, a la Clase de Industria y Comercio de la corporación una propuesta en la que se defendía la necesidad de establecer en la corte una cátedra de economía política bajo la tutela de la Sociedad. El autor del proyecto se remitía a una anterior iniciativa suya presentada antes de la guerra a la antigua Clase de Artes y Oficios, que no fue estimada. Al parecer, los reparos presentados en su momento y, siempre según Regás, se basaban en la idea de que una escuela de este tipo podía generar problemas como había ocurrido con el caso aragonés. Contra estos temores habría que contraponer las ventajas que generaría la enseñanza de la economía política:
“....tan necesaria para el gobierno de una Monarquía, formando un plantel de individuos que havian de emplearse necesariamente despues para dirigir los ramos mas interesantes del estado”
Es evidente que Regás no era muy original en este planteamiento porque el razonamiento es el clásico ilustrado sobre la influencia en el buen gobierno del país y que Jovellanos tan brillantemente defendió en el Elogio a Carlos III.
Pero el grueso de su argumentación no se centraba en las virtudes de la economía política. El autor sabía que los socios de la Matritense estaban muy convencidos de la misma; a fin de cuentas era una Sociedad Económica de Amigos del País y, por tanto, una institución que desde su creación, como sus homólogas, había defendido la necesidad de su conocimiento, difusión y enseñanza. Tenía que intentar ahuyentar los miedos de los socios ante los probables enemigos de esta ciencia y las posibles repercusiones en la corporación. Firmeza era su consigna, como la Sociedad Aragonesa había demostrado en el año 1784 cuando puso en marcha su famosa Cátedra de Economía política. Pero los temores de la época anterior a la guerra donde por mucho despotismo ilustrado que hubiera los poderes contrarios a las novedades eran muchos y con mucha fuerza, ahora parecía que se podían desvanecer gracias al nuevo orden constitucional inaugurado en Cádiz.
Esta vez fue escuchado. El 16 de diciembre de ese mismo año, la Clase de Industria y Comercio presentó a la Junta de la Sociedad una exposición sobre el establecimiento de la cátedra, firmada por destacados miembros como el propio Antonio Regás, Antonio Sandalio de Arias, Francisco López de Olavarrieta, Manuel de la Viña, Antonio Osteret y Torquato Torio de la Riva. En este texto se defendía, una vez más, la utilidad de este saber y la crítica a épocas pasadas donde se había impedido su propagación. Pero ahora,
“llegó el momento feliz de nuestra libertad y de nuestra ilustración: las cortes generales y extraordinarias no contentas de habernos puesto en nuestras manos la carta de nuestra independencia, han tratado de los medios de consolidarla y bien persuadidas que la ilustración pública es el medio más eficaz, pues sin ella todas las demás instituciones caerían inmediatamente víctimas de la ignorancia, decretaron el 8 de junio del corriente el establecimiento de cátedras de economía política”
Parece indudable la conexión del pensamiento ilustrado con el nuevo de cuño liberal, una vez más puesto de manifiesto en este párrafo: las Cortes defendían la necesidad de establecer estas cátedras de forma general. La Matritense no debía verse ajena a esta iniciativa en Madrid y debía tomar la iniciativa antes que el propio gobierno:
“por ahora e interin que el gobierno consolida sus benéficos planes de instrucción pública; todos los ciudadanos de este heroico pueblo recibirán gratuita esta enseñanza, y bendecirán la infatigable constancia de este cuerpo patriótico”.
Para ello se contaba con socios voluntarios: Manuel Viña y Antonio Osteret y Nario. Éste último era abogado en los Tribunales Nacionales y segundo redactor en la Gaceta, habiendo ingresado en la corporación hacía pocos meses. Viña se prestaba a realizar una traducción de las obras de Adam Smith y de Say, mientras que el segundo se ofrecía a dirigir la cátedra sin estipendio alguno. En cuanto al local, se podría usar el que se empleaba para las clases de la Escuela de Taquigrafía o podría solicitarse cualquiera de las aulas libres de los Reales Estudios.
Osteret presentó el 31 de diciembre un plan de enseñanza que fue aprobado por la Sociedad y se señaló para el próximo 7 de enero de 1814 el día de la solemne apertura del curso. Para ello, se solicitó al jefe político superior una sala en la casa de la calle del Turco –antiguo almacén de la fábrica de cristales- con una serie de enseres necesarios. En el día señalado se inauguró la cátedra con la asistencia del subdirector de la Sociedad, el censor, su tesorero, el secretario y una serie de prominentes socios. El subdirector, a la sazón López de Olavarrieta, leyó un discurso y Osteret, flamante primer catedrático, una oración inaugural.