El 1 de Octubre de 1946, hace hoy 70 años, concluyeron los juicios de Núremberg. En puridad no fueron los primeros juicios internacionales llevados a cabo por conductas bélicas aberrantes, pues ya tras la Primera Guerra Mundial habían tenido lugar los denominados procesos de Leipzig y de Estambul, y existían, además, otros antecedentes mucho más preteritos de justicia supranacional o universal en nombre de bienes jurídicos de la "humanidad".
Lo que sí supondrían, en cambio, tales juicios de Nuremberg es la definitiva consagración de toda una nueva aspiracion de justicia y humanidad de la entera especie humana, la definitiva consagracion de toda una nueva rama jurídica, el Derecho penal internacional, nacido para quedarse ya para siempre entre nosotros. Por mucho que todavía hoy, por ejemplo, en universidades como las españolas tal materia continúe siendo la auténtica "cenicienta" que no pasa de asignatura totalmente marginal de "libre configuración". Ciertamente aquellos barros trajeron estos lodos, y nadie debería sorprenderse, después, cuando el juez o fiscal español A o B, sostiene argumentos de tertulia de café que poco o nada tienen que ver con la jurisprudencia internacional propia de esta ciencia jurídica. Pero no pretende ser ese, hoy, el objeto de estas líneas.
Hoy, que tanto se hablará de Nuremberg y se recordará su indudable importancia, y sus grandes luces, conviene recordar, también sus grandes sombras. Alguna de las cuales, como su carácter no solo potencialmente selectivo sino propiamente "discriminatorio", quedó flagrantemente de manifiesto desde los propios juicios.
Ya se ha dicho en otras ocasiones que en los juicios de Núremberg -por cierto tampoco en los de Tokio- no fueron enjuiciados los crímenes de guerra de los aliados, actos como el bombardeo masivo de Bremen, o las bombas atómicas sobre Hiroshima o Nagasaki, o las violaciones masivas de alemanas con el avance de las tropas hacia Berlín, permanecen hoy totalmente impunes, y lamentablemente así se quedarán.
Porque uno de los mayores males a los que, al parecer, nació ligado ese nuevo Derecho penal internacional es el de los "genocidas favoritos", los "genocidas buenos" (los de "nuestro bando", ideológico, o de cualquier otro tipo) y los genocidas malos; y en consecuencia las víctimas de primera y de segunda, o de tercera.
Y fue exáctamente así como, en Núremberg, entre tales "víctimas de tercera", -incluso habiendo sido víctimas de los nazis y no de los aliados, nótese-, quedó el pueblo gitano.
Ninguna justicia merecieron los 250 niños gitanos con los que en las primeras semanas de 1940 los nazis pusiesen a prueba en el campo de Buchenwald la mortandad del nuevo gas Zyclon B, prisioneros en Buchenwald.
Ni lo más de mil gitanos alemanes que en Junio de 1938 fueron deportados a campos de concentración en Buchenwald, Dachau, Sachsenhausen y Lichtenburg, o los varios miles más gitanos alemanes y austríacos que siguieron siendo deportados a Mauthausen, Ravensbrück, Dachau, Buchenwald.
Ni los más de 4.000 gitanos que, en un solo día, fueron pasados por las cámaras de gas de Auschwitz el 1 de agosto de 1944, en la llamada 'Zigeunernacht' o noche de los gitanos.
Nada de ello merecía ser debidamentd enjuiciado en Núremberg, ¿cómo es posible?, ¿por qué?
Y por eso, en el día de hoy se cumplen 70 años de Núremberg, sí, pero también debemos recordar que miles y miles de víctimas inocentes fueron discriminadas y olvidadas por Nuremberg y por los multiples juicios que después vendrían (los "Nachfolgueprozesse") y que todas esas víctimas de crímenes contra la humanidad, crímenes de guerra, genocidio, discriminadas y olvidadas -hoy exactamente al igual que ayer con otros nombres y caras- en Siria, en España y en tantos otros lugares del globo, nos siguen siendo una herida abiera y el propio incumplimiento de raiz del "nunca más" de Núremberg que hoy recordamos.