Arrebatadora en la propuesta escénica, vibrante en el texto, conmovedora en el desarrollo de una trama esencial, como esencial es la dignidad del ser humano. Ecos, voces y sonidos que nos empapan la conciencia a conciencia, pues ese es el mensaje final de esta "Numancia" de Miguel de Cervantes dirigida por Juan Carlos Pérez de la Fuente.
Numancia desnuda, Numancia única a la vez que salvaje, Numancia demoledora al unísono que entrañable, esclarecedora igual que la primera luz del día capaz de hacernos soñar con los imposible, pues en los tiempos que corren eso es Numancia, un sueño imposible, el de la dignidad a secas; el de la dignidad que grita libertad y que tanto necesitan el hombre y la mujer. El hombre y la mujer, porque Numancia también es coral y es una forma de expresión sin distinción de sexos.
Numancia es la libertad en sí misma arropada de un magistral texto de Luis Alberto de Cuenca y Alicia Mariño que nos devuelven a lo esencial, a ese punto inicial que tantas veces se nos olvida. Gracias a textos como éste podemos seguir dignificando el poder de la palabra, perdida tantas veces en el silencio o el desconocimiento. Aquí, también hay que hacer una mención especial al reparto de esta Numancia perversa, pues quizá, a día de hoy no haya más perverso que la dignidad, perdida entre la corrupción rampante de una clase política enroscada en su propio ensimismamiento y putrefacción. Los actores dicen y dicen bien, pues su dicción es impecable, entendible y esperanzadora como la lucha por la libertad. «La vida es sueño» nos dijeron una vez hace ya mucho tiempo, pero también es lucha…, y esperanza por recuperar aquello que nos pertenece de una forma legítima. En ese cerco numantino de los imposibles Numancia va hacia su propia deriva, y lo hace preñada de los sentimientos más universales del ser humano como, por ejemplo, el amor, ya sea éste fraternal, pasional o hasta impúdico; o de la necesidad de la libertad, por ser ésta el maná sanador de todas nuestras impurezas. La lucha por la libertad, sin duda, purifica al ser humano y a su alma, porque ésta se vuelve transparente como el agua de un manantial todavía virgen de rocas que pulir o bocas que calmar, y, porque justo, al otro lado, es donde reposan la tiranía y el rencor, que se reproducen con el miedo y la oscuridad.
La brillante puesta en escena de esta Numancia de Juan Carlos Pérez de la Fuente, nos obliga a soñar y dejar, aunque sólo sea por una hora y cuarenta minutos, nuestras propias miserias, para atender a este sueño…, el sueño de la dignidad. La oscuridad del teatro es el perfecto cómplice de esta trama de pesadillas y anhelos, de arrebatos y veleidades, estrategias y falsos pactos. Cercados por una muralla, acosados por el hambre, y perdidos en la búsqueda de una última esperanza, los personajes de Numancia se abalanzan y detienen sobre sí mismos y sobre los demás, en una mezcla de ímpetus ciegos y vitales con los que contrarrestar el designio de sus destinos. Hay que decir que, en esta ocasión, lo más destacado del elenco de actores es su equilibrio, pues todos y cada uno de ellos contribuyen a engrandecer el texto y la puesta en escena. Ese espíritu numantino de Cervantes está muy bien escenificado por el reparto, cuya mayor estridencia es la de la perfecta dicción, algo al alcance de muy pocos.
Pérez de la Fuente se reinventa a sí mismo una vez más, y lo hace, para convencernos de que siempre hay una nueva oportunidad para la originalidad, la diferencia y la esperanza que van más allá de una puesta en escena, pues él es capaz de reconvertir una obra de teatro en un lenguaje universal en que el hombre y la mujer, la mujer y el hombre, son el centro del mundo y de la vida, más allá de los dioses u otras falsas deidades que, como becerros de oro, estos días caminan a nuestro lado con el único mérito de intentar hacernos sus cómplices y, de esa forma, manchar nuestras conciencias. Es verdad que, por lo visto y vivido, esa es una parte de la esencia del ser humano, pero no es menos cierto que, después de asistir a la representación de Numancia, Pérez de la Fuente nos advierte de que también hay otra parte de nuestra esencia por la que merece la pena luchar, pues es en ésa, en la que habitan, por ejemplo, la libertad y la dignidad. Y no se nos debería olvidar que la libertad sin dignidad no existe.