Así la calificaba el informe policial remitido a la Junta de Defensa Nacional, en Burgos, el 2 de julio de 1937, desde Segovia, donde se hallaba refugiada de la catástrofe bélica en una casa de alquiler con su hija, Jimena Menéndez-Pidal, su yerno, Miguel Catalán, y su nieto, Diego; y no era para menos porque la singularidad de doña María no podía sino suscitar las escamantes suspicacias de unos, y la arrebatada admiración de otros, pues a ninguna persona informada, su figura dejaba indiferente.