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reseña ensayo

Sílex Ediciones
22/11/2021@06:59:09

La imagen de la cubierta es también del autor: un tendedero con una colada tendida que desprende una paciencia infinita, donde un banco parece esperarte al atardecer o al amanecer. Todo un presagio de la silla cómplice que te espera dentro, una forma de ser y de estar en la vida y en las ideas, pero también en la literatura y en el mundo. 89 relatos/capítulos/artículos (muchos publicados en prensa), más un prólogo de Ernesto Calabuig y "Agradecimientos". 200 páginas en total. El libro alterna las páginas escritas y en blanco, los textos en las páginas impares y las pares permanecen inmaculadas. La mayoría de los fragmentos/artefactos/ensiemplos solo tienen un párrafo, de unos 20 o 25 renglones en su mayoría, de unos 1100 caracteres aproximadamente y sobre 280 palabras cada uno, con un empaque posmoderno y a la vez costumbrista. Se balancea en un terreno fronterizo y movedizo, a caballo entre el diario, la crónica, la autoficción, lo poético, lo pictórico, lo filosófico, lo periodístico, lo autobiográfico, lo político, lo didáctico, lo moralizante. Este libro es un espacio yoísta que busca o pretende ser una voz colectiva o erigirse en opinión pública, una colada ecléctica (en sus dos acepciones: como ropa tendida, pero también como masa de lava que también expulsa bombas volcánicas) de 89 retazos/retales/prendas/vestidos que como un tendedero existencial pone el autor a secar al sol de los ojos lectores. Es su forma/código de entender el cuerpo ciudadano y la belleza ideal de estar/caminar en el mundo, en este caso en Santiago-Pontones, como paradigma de la España vacía-da y el mundo globalizado posmoderno. Ante todo, Los últimos deseos, es un territorio geográfico y literario, pero también un territorio intertextual y algorítmico, fundamentalmente con "La España vacía" de Sergio del Molino como late motiv que todo lo enmarca, pero a mi entender también con Pedro Antonio de Alarcón, Gerald Brenan y don Juan Manuel. En este libro el autor establece un pacto claro consigo mismo, pero también con el lector, como paradigma del otro, y en cierta medida, tienes la sensación de estar viviendo una inercia que te empuja a pensar que el conde Lucanor estuviera hablando con Patronio sobre sus reglas, sus valores, su pensamiento, su mirada, sus deseos de simetría y orden hasta convertirse en un relato catecismo de época. Escrito con una prosa brillante que engancha y seduce es un libro de ágil y amena lectura.

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