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Pablo Ruiz Picasso

10/05/2023@22:55:00
Stefan Zweig murió en Brasil en 1942. Se suicidó junto a su esposa después de concluir el que tal vez fuera su mejor libro y su legado más valioso. He tomado prestado el título de esa obra para el presente artículo porque encuentro semejanzas entre su época, tal como él la percibía, y la nuestra, tal como la percibo yo. Al menos distingo dos grandes rasgos en común: la barbarie y la desesperanza. Comparto también su añoranza por un mundo perdido que sentimos todavía próximo y casi tangible, pero que ya no nos es dado recuperar.

De todas las imputaciones con que Boadella sancionó el papanatismo posmoderno en su obra 'El Pintor', una es perfectamente consonante con el Cincuentenario Picasso. Tras calificarlo como 'El Atila de las artes" -por donde pasó no volvió a crecer la pintura- a su juicio, el padre del cubismo convirtió la pintura en una industria de producción intensiva. Resultado: de ahí en adelante, el Reina Sofía, el Moma o el Guggenheim no son otra cosa que tanatorios del arte. "Una burbuja financiera saturada de cadáveres exquisitos".

Tomo como asunto de estas líneas la reproducción que guardo del retrato perdido durante la guerra de Pío Baroja, por Pablo Ruiz Picasso —observen que aún mantiene el Ruiz en la firma—, pues este día de los Inocentes se cumplirán ciento cincuenta años del nacimiento de don Pío en San Sebastián, bajo un bombardeo carlista, orquestado por el canónigo Manterola. Hecho que Baroja consideró signo y empresa de su vida, y ahí nos legó, como indudable prueba, las veintidós novelas del ciclo Memorias de un hombre de acción (1913-35) donde, usando a su pariente Aviraneta, se dedicó escurrirse entre y contra la maldición que padeció y aún padece este país; pues basta con contemplar ahora el rostro y el tono de los independentistas, para percibir la hedentina a turbio desván y a cerril venganza del carlismo.

En el Museo Nacional de Arte Reina Sofía

Del 4 de abril al 4 de septiembre de 2017

Con motivo del 80 aniversario de la creación de Guernica (1937), de Pablo Ruiz Picasso, y de la llegada a sus salas hace 25 años, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía ha organizado “Piedad y terror en Picasso. El camino a Guernica”, una exposición, que a través de un conjunto de obras difíciles de volver a reunir, narra las circunstancias personales e históricas y la radical transformación artística que experimentó Picasso a partir de finales de los años 20 para llevarle a componer el mural tal y como finalmente lo hizo.

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Cuando era niño y, como dijo Cela, en este país mandaba un célebre general gallego que salía en los sellos de correos, todos sabíamos que Picasso era el pintor más importante del mundo, aunque no pudiese pisar España o no le diese la gana, dado que Porcioles le había puesto un museo en Barcelona y no dejaban de visitarlo los turistas; y entonces, los turistas y los americanos eran lo primero; después, veníamos todos los demás, en cola y sin rechistar.

Huyendo de los espantosos y fundados rumores de quiebra del Credit Suisse —una repetición de la colosal caída de Lehman Brothers, pero a la europea, y por tanto, capaz de devolvernos a aquellos terribles días del expresionismo alemán, cuando un canasto de billetes apenas daba para un bollo de pan—, acompaño a mi amigo Santiago Martín Bermúdez al concierto de Maria João Pires, en el Auditorio Nacional.