“Una patria, Señor, una patria pequeña como un patio, o como una grieta en un sólido muro. Una patria para reemplazar a la que me arrancaron del alma, de un solo tirón”[1]
Así se lamenta María Teresa León en su “Memoria de la melancolía”, esa autobiografía suya que parece tejida con tiras arrancadas de su propia alma para ir luego hilando cada página. Las suyas son unas confesiones que le brotan de lo más profundo del corazón, un corazón, como ella confiesa “cristianísimo[2]”, que siente como propias las desgracias de los más desfavorecidos: sus privaciones, su incultura, todos los lastres que les han provocado los más poderosos. Por eso al abandonar España experimenta un desgarro que le hace sentirse rota.