A comienzos del siglo XX, una enfermedad mental de origen malayo estremeció Occidente. Las víctimas del Amok caían en una fiebre convulsa que les impulsaba a matar. En 1909, tras conocer a Alma Mahler, Oskar Kokoschka cruza sus iniciales –AM y OK-, como si estuvieran predestinados a lo fatal. No se equivocaba. Compositores como Gustav Mahler, arquitectos de la talla de Walter Gropius, escritores como Thomas Mann. Todos ellos sucumbieron al hechizo de la Esfinge de Viena, tan idolatrada por su belleza como aborrecida por su crueldad. Mantis nada religiosa, Alma Mahler cristaliza las proyecciones colectivas de una Europa al borde del Apocalipsis.