Javier Espinosa y Mónica G. Prieto, dos de los contados periodistas que acudieron al terreno a levantar acta de la sangría, cubrieron desde los primeros días los entresijos de la tragedia, cruzando ilegalmente fronteras y exponiéndose a la salvaje represión del régimen de El Asad hasta que el extremismo devoró la revolución y el secuestro de uno de ellos, a manos del ISIS, elevó hasta lo insoportable su nivel de implicación: Javier estuvo secuestrado durante seis meses, mientras Mónica luchó por liberarle hasta conseguirlo.