Fui niño en Benicarló en los 60, en aquella casa de Vicente, el pescador. Eran días de playa, de fotos en blanco y negro de Werlisa con funda de piel marrón. Y fui adolescente en Cullera, la de los madrileños, la del desayuno en la terraza (imposible en casa), la de los naranjos, la del Júcar y las llisas que mi padre y yo pescábamos, mi padre, a quien los habituales de la desembocadura llamaban El maño. La Cullera de jugar a las raquetas en el paseo con él, la del paseo marítimo y la del bocadillo de tortilla de cebolla cuyo sabor aun sigo buscando; la de los saludos coche a coche con la misma matrícula de Zaragoza…Me hice adulto desde Benicarló a Cullera en los únicos quince días de playa al año de cada primera mitad de septiembre.