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Fleur Jaeggy

Arrebatarle a la vida las coordenadas del destino para rescribirla bajo la fría voluptuosidad de la adolescencia. Adivinar esos espacios por donde se nos escapan los días con la sola necesidad de taparlos para que todo se convierta en un espacio oscuro y frío donde antes reinaba la luz, o percibir el mundo desde un punto de vista único y diferente como el remero que boga contracorriente por mucho que sepa que sufrirá un duro desgaste antes de llegar a su destino: una bendita isla en la que sólo hay espacio para sí mismo y un mundo inteligente y perverso, lacerante y virginal, formal y caprichoso como sólo lo pueden ser las metas con las que soñamos en nuestra adolescencia.

Ritmo. Eso es lo que exige un buen relato y lo que da vida a los ojos del lector para correr rápido por las líneas y entre lo que ellas esconden. Ritmo a base de frases cortas, correspondencia de elementos y puntuación. Y buen relato, tal y como cualquiera lo puede entender, es lo que crea siempre Fleur Jaeggy, quien ofrece a España esta maravillosa colección titulada ‘El último de la estirpe’, publicada por Tusquets.

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Abordar la vida de un artista, un escritor, en este caso, puede llegar a convertirse en una aburrida concatenación de hechos biográficos que, en la mayoría de las ocasiones, nos deja fríos por la ausencia de ese rasgo tan eminentemente literario como es la pasión de quien escribe a la hora de entresacar las virtudes y defectos del biografiado, pero, sobre todo, porque se deja a un lado la beta de la fascinación que todo escritor tiene por pequeña que sea ésta.