Nunca he estado en Puerto Madryn y me he quedado con las ganas, pues ahí camuflaba su gin-tonic en unas tazas como si fuera consomé (p. 36), tal vez, qué menos, Rafael Soler. Nos invita a disfrutar de la vida, leyéndole y cómo no, brindando, son cuatro días, pleno verano allí, pingüinos incluidos, lujuriosamente animados, se hacen sentir, por control remoto, invierno muy crudo los protagonistas por aquí, haciendo lo que saben hacer muy bien, trampear, vender humo y conseguir solvencia más que suficiente en la cartera, con soltura, dadivosa.