Cuando se cerró la puerta del ascensor, permanecimos un buen rato en silencio, entre asombrados y admirados. Nos sentamos en el balcón y, sin más preámbulos, reconocimos que Mary es una ciudadana poco habitual. Acabábamos de vivir una tarde casera, acampados en el espacio de felicidad que proporciona el diálogo con una mujer que, además de saber leer y escribir, solo pudo estudiar cómo alimentar y educar a tres hijos limpiando casas. Con Mary, que nos visita con cierta frecuencia, no recordamos haber comentado nunca el último telediario ni asfixiarnos en la burbuja morbosa de Antena 3, Telecinco y similares pantallas despistantes.