En un mundo donde cada vez hay más personas dispuestas a levantar fronteras entre Estados, ciudades o pueblos; o donde, cada vez más, prolifera la reivindicación de una bandera —o la quema de la misma— como acto teñido de un falso heroísmo, por mucho que les pese a sus protagonistas, no hay nada mejor para contrarrestarlos, que darse un aire de esa libertad auténtica y genuina que, en la sociedad en la que vivimos, ya sólo está al alcance de las acciones individuales despojadas de todo escudo, emblema o estandarte.