PLAZA DE GUIPÚZCOA
No tienen piedad con Joe Biden. Luego dicen que la democracia es un avance de la humanidad ¿Qué humanidad? Cada vez somos más intolerantes.
Escuché con mucha atención la entrevista realizada por Georges Stephanopoulos al presidente Biden el día 5 de julio: físicamente se veía mejor, un Biden desafiante, pero un presidente fuera de la realidad y obcecado.
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Hay gente cutre y miserable. Y luego están los que roban el papel higiénico en los baños. Dirás que la culpa es mía por no meter kleenex en el bolso. Vale, siempre lo llevo, pero te puedes olvidar, tío.
Preservar una cierta memoria, apostar por la objetividad, no ocultar la escalada de mayúsculos sinsentidos que han llevado a la invasión de Ucrania por parte de Rusia, ante el relato que nos presentan a diario las grandes cadenas audiovisuales, te convierte poco menos que en un enemigo de Occidente, si no en un peligroso antisistema. Lo canónico, entonces, será comulgar con ruedas de molino. Sólo ahora, cuando comenzamos a sentir su presión aplastante, pero también cuando ya no cabe marcha atrás, descubrimos lo obvio y tanto más dramático: no es Putin, somos nosotros quienes nos hemos disparado una bala en el pie.
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El Congreso de EE.UU reconoce la existencia de los ovnis. Por si fuera poco Villarejo y Pegasus, los marcianos nos vigilan. Con un despliegue informativo digno de “Mars attack” los currelas del Pentágono se rasgan las vestiduras para distraer al personal. Por mucho poderío OTAN que te vendan, EE.UU está jodido y la popularidad de Biden bajo cero. Cómo se ríen de nosotros, tío.
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Empieza la tercera guerra mundial y yo estoy a punto de cambiar de coche. Después de ver los bombardeos en Kiev, no diré que voy a comprarme un carro de combate, pero me parece una frivolidad romperme los cuernos debatiendo la cilindrada y el color de la tapicería.
Esta historia comienza en el Museo Histórico de La Haya, donde se preservan una lengua y un dedo humanos pertenecientes a uno de sus más insignes primeros ministros durante el Siglo de Oro neerlandés, Johan de Witt, víctima de un truculento episodio de canibalismo en la Europa del XVII. Pero llevemos el caso a la actualidad. La lengua que habla y el dedo que acusa. ¿Con qué podríamos relacionarlos?
En 2009 Israel desencadenó su primera operación terrestre sobre la Franja de Gaza. Incluía una derivada de la que apenas tuvimos noticia hasta que Lina Meruane se atrevió a contarlo. En ‘Zona ciega’ describe una táctica de asalto israelí conocida como el asesinato del ojo. Consistía en disparar al ojo de cualquier palestino acorralado, hombre, mujer o niño, de modo que su rostro apuntándole fuera lo último que viera: “Un niño pidió permiso para cruzar una calle, se lo concedieron y le dispararon. Aunque la bala penetró sólo en un ojo, quedó ciego de ambos”.
El presidente americano está de gira por Europa. Quiere liderar las democracias del mundo porque no se fía un pelo de China. Como de momento, y si Mohamed VI no lo impide, España está en Europa, se admiten apuestas sobre si Joe Biden se entrevistará con Pedro Sánchez.
Pero qué aberración! ¡Es intolerable! Suministramos a Ucrania miles de millones de euros en armamento, multiplicamos las sanciones contra Rusia, declaramos a Putin enemigo de la humanidad, ¡y el autócrata del Kremlin responde cortándonos la llave del gas! Tras escuchar a diario razonamientos de este nivel uno se pregunta, no ya tanto por la locura inherente a cualquier guerra, sino por los límites de la cordura, incluido el cociente intelectual del establishment que rige nuestros destinos.
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Hay que dar una patada en el culo al refranero. Ya no se puede decir “nos engañan como a chinos”, por racista y tendencioso. Los chinos se van a comer el mundo. De entrada le están comprando a Rusia a buen precio todo el gas que Europa rechaza por la milonga de las sanciones.
"De la Casa Blanca a la Santa Sede. Entre el poder político y el espiritual" es el título del nuevo libro que acaba de publicar la editorial Almuzara. Una obra de Rafael Navarro-Valls quien en este libro analiza los hitos más relevantes acontecidos en los dos mayores centros de poder de la Tierra: El Vaticano y La Casa Blanca.
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Lo que me han traído los reyes ha sido incomprensión y quejas. Mira que he tenido columnas polémicas, pero ninguna tan criticada como la del martes pasado.
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Reza lo que sepas, llega el frío y el tarifazo de la luz está más descontrolado que el Cumbre Vieja. Como no me fío del gobierno voy a negociar por mí cuenta con las eléctricas que están que lo tiran. Ofertones, descuentos y sorteos de luz y gas gratis para toda la vida.
Hay cosas que no tienen explicación. Y no me refiero a la cumbre bilateral Biden-Sánchez. Somos muy tiquismiquis con el Presidente de Gobierno. España es un país de hombres de poca fe.
Soy una romántica incurable. No soporto que quieran meter a Sarkozy en el trullo por corrupto y destruir una de las historias de amor más morbosas de Europa. Todo es demagogia y populismo barato.
Ed. Anagrama
¿Quién no ha presenciado o estado en medio de un debate sobre las nuevas reivindicaciones del feminismo? Me atrevería a decir que todos y todas lo hemos hecho. Se trata de un tema en general y muchos temas, si especificamos más, que está en todas partes y nos rodea. Hay muchos posicionamientos distintos al respecto, pero cada uno de nosotros tenemos una opinión sobre ello, porque es algo que encontramos en todos y cada uno de los aspectos de nuestra vida.
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Conocemos la ‘compleja’ dialéctica mediática imperante en estos tiempos electorales: superhéroes -los nuestros- frente a archivillanos -todos los demás-. Lo veníamos testando en la campaña que precedió al primer debate por la campaña presidencial en EE.UU., hace un par de semanas. Aunque las viéramos con nuestros ojos, todas las imágenes en las que Joe Biden aparecía algo más que desubicado o catatónico total eran bulos. En el debate los convirtió en realidades. El viejo Sleepy Joe -Joe el dormido-, entró en escena superando a Michael Jackson y su mítico ‘Moonwalk’. Si parecía caminar sobre la luna, el tono inaudible y farfullante acabó haciendo temer una abducción alienígena.
Hasta las primarias de Michigan, un manto de pesimismo cubría la campaña presidencial en los Estados Unidos.
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Me cargan mucho los héroes y los genios. Dirás que por envidia. Sí, pero no solo por eso. Creo que están todos sobrevalorados. Sí, todos. Tampoco te vas a poner a singularizar, Gandhi, sí, Vargas Llosa, no. Confucio, sí, Picasso, no. Es el tiempo del globalismo y la universalidad. Generalizando, que es gerundio: vamos a diseccionar la “genialidad” de Steven Spielberg.
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Ya está todo el pescao vendido. Biden ha pelado la pava con Sánchez, vienen otros dos destructores yanquis a Rota, tenemos nuevos amiguis en el club y nos hemos dado un baño de cosmopolitismo que no tiene precio.
Desde Freud a Fromm, la filosofía psicoanalítica considera todo acto de destrucción o de autodestrucción como una patología que anula la condición humana. Lo inhumano acecha en el umbral de lo humano, como el mal desafía al bien y la locura a la razón. Esta psicopatía se da a todas las escalas: puede afectar a individuos, a naciones, a estructuras continentales.
Autor de “El legado de los imperios”
El profesor Samir Puri de la Escuela de Estudios Internacionales Avanzados Johns Hopkins y del Departamento de Estudios de Guerra del King’s College de Londres acaba de publicar en España el libro “El legado de los imperios” que se ha convertido en todo un éxito debido a la candente situación internacional que se está viviendo en el este europeo.
¡AHÍ LO DEJO!
Los asesores de comunicación en Estados Unidos llaman "perro rabioso" a aquel que teniendo perdidas las elecciones se dedica a cantar las verdades del barquero. En nuestra piel de toro, que estamos en eso más adelantados que los de USA, los perros rabiosos están en el poder y muchos son perras. Baste mirar la bancada del gobierno. La OPUSición no le anda a la zaga y son unos ineptos, simple y llanamente. Azucena del Valle, nuestra psicóloga poligonera de cabecera, nos da una curiosa interpretación en ¡El perro rabioso! No se lo pierdan.
Sabemos que el Universo se expande, como si obedeciera a una antigravedad que distancia las galaxias. Desconocemos a qué se debe, por eso la llamamos Materia Oscura. También se expande dentro de nuestro planeta. Lo cuenta una película que se estrena mañana en nuestro país, la más polémica del año en EE.UU., también uno de los mayores éxitos.
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Aunque me pedía el cuerpo meter caña (no hay que darle al cuerpo todo lo que te pide) he esperado que pasen los efectos terroríficos de la noche de Jalogüin, para decir lo que pienso de esta “celebración” cutre y absurda.
Si hay algo evidente en la gestión de la información acerca de la guerra de Ucrania, remite a su fractura en dos escalas. De una parte, la que emiten las cadenas televisivas públicas y privadas: un cruce de amnesia histórica e indigencia geopolítica sublimado con shocks emocionales. Por la otra, la que se plasma en buena parte de la prensa escrita, sumada a la que circula por las redes sociales abiertas a la complejidad.
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Yo creo que mucha gente miente, no dice lo que piensa o no dice la verdad. No te equivoques, son cosas distintas. Si mientes, tienes intención de engañar, y eso es pecado, que lo sepas. Como cuando Joe Biden dice que agradece la firmeza y unidad de Europa. Al yanqui le importa Europa lo mismo que a mí la Champions League. Cero pelotero.
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En plena guerra fría, híbrida y eurovisiva, Putin ha ido a Pekín a inaugurar los juegos olímpicos de invierno y pedir ayuda a su colega Xi Jimping. Es apabullante la foto de los dos líderes más poderosos del mundo (Biden está ya p`al desguace) pasando revista a las tropas chinas (eso son tropas y no las del Congreso de los Diputados). Mirada al frente, paso marcial, mismo traje, misma camisa y corbata idéntica.
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Decir que la realidad supera la ficción es un aforismo trasnochado. Eso era antes de la pandemia, o sea A.P. como si dijéramos A.C. antes de Cristo, pues eso. Desde el ataque yihadista a las torres gemelas, ficción y realidad es lo mismo y lo vimos en directo por la tele.
2020 será recordado como el año que puso el mundo patas arriba. Cuando en marzo de ese año todo el planeta se vio inmerso en la primera ola de la pandemia, los mercados bursátiles colapsaron. Comparado con los inicios de 2020, el índice S&P 500 perdió un 30% de su precio, mientras que el precio del WTI cayó a valores negativos. El índice Dow Jones cayó un 10%, su mayor desplome desde el Black Monday de 1987. La discusión de Rusia y Arabia Saudí sobre el tema del petróleo coincidió con la propagación del coronavirus y la subsecuente caída de los precios bursátiles. Ambos factores, unidos, resultaron en la mayor presión económica a la baja de la historia.
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Lamento decepcionar a tanto buenista que anda suelto, pero a mí la pandemia me ha hecho aún más borde y escéptica (si cabe) con los poderes fácticos. Una vez más demuestran que no merecen el pastizal que les pagamos.
Revisando el otro día una entrevista que me hizo el veterano periodista de cultura Antonio Arco para La Verdad de Murcia, descubro, con no poco estupor, que ya hablaba yo de un virus muy peligroso en 2018. Bien es verdad que no me refería exactamente al Covid-19. “El mundo va a ser destruido por la estupidez, no por el mal”, rezaba el titular de aquella conversación impresa a doble página. También me refería, de paso, a otras amenazas para la especie humana, incluyendo la degradación de los ecosistemas y los desequilibrios de la economía y de la demografía. La ventaja de ser un cenizo es que uno corre un riesgo mucho menor de equivocarse que cualquier optimista. Aunque lo de la pandemia, en concreto, no puedo decir que lo viera venir, por mucho que el cine y algún magnate informático nos habían advertido sobre esta posibilidad.
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