La escritora rusa, ahora diríamos ucraniana, Irène Némirovsky escribió en Paris por aquel 1929 esta novela corta que ha resistido muy mal el paso del tiempo, pese a los halagos recibidos por muchos de los grandes periódicos de Europa y ser considerada una obra maestra por la crítica más gagá del continente. La novelita tiene un tono naif, demasiado infantil para ser considerada una autora fundamental del primer tercio del siglo XX.