«Han detenido a mi hijo, vinieron en plena noche, él dormía. Lo arrancaron de la cama, lo arrastraron afuera. Y lo peor es que ni siquiera le permitieron vestirse y calzarse. Con las prisas, solo consiguió ponerse una sandalia, una triste sandalia de plástico; yo corrí tras ellos por la calle para darle la otra, pero era demasiado tarde, y la última imagen que conservo de él es de su pie descalzo sobre el asfalto frío de la calle, antes de que desapareciera en un coche».