30/07/2024@21:21:00
1- La construcción del silencio
En su imprescindible libro El tiempo en ruinas, el antropólogo francés Marc Augé vuelve sobre un concepto que ya había delineado en un volumen anterior (Los no lugares. Espacios del anonimato) y amplía su desarrollo: aeropuertos, cadenas hoteleras, supermercados, autopistas o centros comerciales pueden definirse como no lugares en tanto su principal vocación no es territorial, su fin no es crear identidades singulares (más bien tienden a subsumirse en la homogeneidad de lo idéntico: un local de McDonald’s es exactamente igual a otro local de McDonald’s; tal la lógica de la cadena comercial, una cadena donde todos los eslabones son y tienen que ser iguales) y se constituyen como pasajes de comunicación, circulación y consumo; vale decir: predios asentados en y atravesados por la más exasperada funcionalidad. Idénticos a sí mismos derivan, necesariamente, en la redundancia y pueden ser caracterizados, tal como lo hace Augé, como “espacios de lo demasiado lleno”, donde el rasgo más relevante es la saturación de seres humanos y, por lógica consecuencia, espacios donde cada ruido hace su habitación, para decirlo de cervantino modo.
“Se conoce mucho acerca de la relación entre filosofía y poesía. Pero no sabemos nada del diálogo entre el poeta y el pensador…”
Martin Heidegger, ¿Qué es metafísica?
“Sé que la sociedad podrá existir sin delitos, sin pobreza, con una condición sanitaria mejor, sin ser infeliz o estar afligida por penas, y con una felicidad quintuplicada; y que ningún obstáculo, aparte de la ignorancia, se opone a ello en la actualidad, ni impide que tal estado social se convierta en universal”. Estas son algunas de las palabras de Robert Owen en The revolution in the Mind and Practice of the Human Race (1849), fundador de New Harmony en 1825, un pueblicito en el sur de Indiana (con capital en Indianápolis) donde trató de trasladar sus ideas de socialismo utópico, desde su doctrina de la fraternidad humana y el cooperativismo. Sus ideas fracasaron.
Por Laura Ayet
Tanko Petrov habita una casa rural muy modesta. Vive solo y tiene una vida rutinaria como empleado del ferrocarril. Ese empleo es para él la única conexión con el mundo. Una mañana encuentra una gran cantidad de billetes desparramados junto a las vías del tren. Su moral le obliga a dar parte a la autoridad de dicho hallazgo. ¿Quién de nosotros sería capaz de hacer lo mismo? Su honesto gesto llamará la atención de la opinión pública, sobretodo porque es un contraste con las continuas noticias sobre la corrupción.
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Hay cierta paradoja, en torno a la literatura, que se ha expresado muchas veces de distintos modos. Hace poco lo planteaba en Twitter Rafael Narbona, con notable contundencia. ¿Qué sentido tiene escribir para decir que nada merece la pena y que la vida es pura basura? Prima facie, da la impresión, en efecto, de que realmente tiene poco o ninguno. Si nada merece la pena ni siquiera merecerá la pena escribirlo, ¿no?
Miguel Catalán González nace en Valencia en 1958. Realiza sus primeros estudios en el Patronato de la Juventud Obrera. Trabaja como aprendiz en la imprenta Sucesores de Vives Mora antes comenzar su etapa como profesor en el Instituto Luis Vives de su ciudad natal. Leer a filósofos como Bertrand Russell, Schopenhauer y Nietzsche le lleva a matricularse en la licenciatura de Filosofía. Comienza a escribir ficciones bajo la influencia de Thomas Mann y Marcel Proust, lecturas juveniles que marcarán su estilo narrativo. Se licencia en Filosofía Pura en 1984 y realiza su tesis doctoral sobre la teoría moral del pragmatista norteamericano John Dewey; la publicación de esta tesis bajo el título Pensamiento y acción supondría su debut editorial en 1994. Actualmente, Catalán sigue ejerciendo su labor docente en la Facultad de Ciencias de la Información en la Universidad CEU Cardenal Herrera.
Tan necesario es pensar en las palabras que leemos en la Biblia como razonar las áridas y profundas proposiciones que los filósofos antiguos grabaron en el mármol de la verdad, que gracias a ellos puede ser comprendida por los que no hemos sido convocados por la Revelación. La voz que oímos cuando leemos con fervor el libro del Génesis es una voz de aventurero, la de alguien que se atreve a crear algo libre, algo que sabrá qué es elegir, errar. Dios, y parecerá herejía lo que diré, fue al mismo tiempo sensato e insensato. Fue bueno, lo es, por confiar en nuestro laxo juicio, mas no podemos decir que es malo por dejar que andemos cometiendo disparates y desamparando a baldíos.
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