También alude al lugar del olvido y a la injusta arbitrariedad de la memoria. De ahí que Javier Pastor haya querido rescatar del olvido un tétrico pasaje cotidiano de nuestra historia. El asesinato de un militar, de toda su familia, incluido un bebé de pocos meses, que concluyó con el suicido del parricida. El régimen franquista, en sus estertores, no dio publicidad a unos hechos tremebundos.
El autor madrileño, que pasó buena parte de su infancia y juventud en Burgos, fue un testigo cualificado de esos hechos, que pasaron desapercibidos para el gran público. Cuarenta años después se puso como meta sacar a la luz esos acontecimientos y para ello realizó una concienzuda labor de investigación que le ha ocupado, junto con la escritura del libro, seis años.
Javier Pastor es un escritor lento, paciente y riguroso, tanto para narrar los hechos como para encontrar la palabra exacta que ha de utilizar. Además, crea una peculiar manera de utilizar el léxico. Podríamos decir que su lenguaje es experimental y aquí podríamos relacionarlo con el Cela de Oficio de Tiniebla 5 o San Camilo, 1936. Frases sin puntuación, conversaciones sin guiones o frases inacabadas son algunos de los recursos que utiliza.
Además, el narrador cambia durante la novela en tres ocasiones. La primera parte, Un entonces, está narrada en tercera persona. En la historia de los protagonistas desde la perspectiva juvenil. La vida cotidiana de esos jóvenes no hacía sospechar la tragedia que se avecinaría. Es la parte más dinámica y divertida. El humor es uno de los ingredientes de la literatura de Javier Pastor sin el cual no tendría significado su literatura.
En la segunda parte, Un después, han transcurrido casi cuarenta años y nos encontramos en la actualidad. Los protagonistas, ya maduros, se reencuentran y cambian impresiones sobre los oscuros sucesos. El narrador cuenta en segunda persona al protagonista, Arzain, las desventuras de los nuevos tiempos. El tono aquí es más reposado y serio, casi no hay motivo de bromas y se ponen en la balanza no sólo los acontecimientos que pasaron sino también si se podrían haber cambiado.
En la tercera parte, el propio autor, Javier Pastor, es el que toma las riendas de la narración. Describe de manera precisa los pasos que dio para documentarse y hablar con posibles testigos. Esta parte nos recuerda a los autores del Nuevo Periodismo que iban contando los entresijos de la investigación según iba avanzando la trama de la misma. Aquí ya no hay paso ni para el humor ni para la ironía. Las descripciones son descarnadas y concisas. La novela se ha dado totalmente la vuelta y estamos ante una obra de no ficción.
El juego que nos propone Javier Pastor es una lectura que nos invita a implicarnos en los hechos narrados, a que tomemos partido, que no puede ser otro que la repulsa. El tono formal ha surgido de un fondo experimental que hace que el lector goce de una lectura inteligente y, en cierto modo, provocativo, tanto por lo que cuenta como por cómo lo cuenta.
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