No hay suceso criminal que haya excitado más la imaginación del público a lo largo de generaciones que la serie de asesinatos cometidos por el denominado Jack el Destripador en el Londres de 1888. Ni caso policial que haya merecido más recreaciones literarias, cinematográficas o teatrales, incluso una ópera. Y todo debido a dos circunstancias principales: el morboso ensañamiento del agresor, y la impunidad de quien nunca llegó a ser detenido por una inoperante policía.
Uno de los méritos de ‘El huésped’ es ser la primera novela de cierta entidad basada en aquellos hechos. Otro es el excepcional tratamiento psicológico que su autora, Marie Belloc Lowndes (1868-1947), realiza de sus protagonistas. Publicada en revista en 1911 y en forma de libro dos años más tarde, ha merecido varias adaptaciones cinematográficas, siendo la primera de ellas el debut de Alfred Hitchcock como realizador en 1927. Ahora la rescata con gran acierto Ediciones Menoscuarto.
Cuando comienza la historia, los londinenses siguen ávidamente las noticias sobre una serie de asesinatos cuyo autor deja un trozo de tela unido a las ropas de sus víctimas identificándose como “el Vengador”. Aquellas son escogidas entre mujeres solitarias abandonadas a la bebida, y el hallazgo de sus cadáveres es boceado a través de toda la ciudad por los vendedores de una prensa ávida de truculencias.
En ese arranque se nos presenta al matrimonio Bunting, Robert y Ellen, cuya agobiante situación económica parece poder revertirse con la milagrosa llegada del señor Sleuth, dispuesto a alquilar las habitaciones de los pisos superiores. Tal es la desesperación del matrimonio, que no les preocupan las extravagancias de su inquilino: ni la ausencia de equipaje, ni su deseo de aislamiento, ni sus secretos experimentos, ni su obsesivo estudio de la Biblia cuyos versículos más siniestros recita con devoción.
Con estos mimbres arma Lowndes una intriga en la que las misteriosas salidas del huésped, cuyos amortiguados pasos escucha angustiosamente Ellen desde la cama, coinciden con los crímenes de “el Vengador”. Otros datos como la aversión de Sleuth al consumo de alcohol o el misterio de lo que este oculta en la cómoda, llevan progresivamente a Ellen a sospechar de él. Y en la lucha interna, cada vez más encarnizada, entre lo que las apariencias insinúan y la necesidad de dejar un margen de duda que le permita seguir alojando al inquilino sin remordimientos, es donde triunfa incuestionablemente la autora. No duda esta en resaltar que la deslealtad social que puede suponer dar cobijo a un delincuente, puede verse suavizada por la marginación social de aquellos que son considerados más como súbditos que como ciudadanos. A la denuncia de esas condiciones de vida miserables también colaboró, en su momento, la publicidad que recibieron los crímenes del Destripador.
La acción se desarrolla fundamentalmente en casa de los Bunting, salvo algunas salidas puntuales, como la de Ellen a presenciar los interrogatorios del caso, o la que realizan Robert y su hija al Museo Negro de Scotland Yard guiados por un joven policía amigo de la familia, que además les mantiene informados de las últimas noticias cuando les visita en casa. En el Museo se exhiben todo tipo de macabros objetos relacionados con famosos casos criminales, incluyendo máscaras mortuorias de sus autores. Una tétrica escenografía para complementar la de la espesa niebla que parece empeñada en rodear el hogar de los protagonistas.
Una novela, pues, con los ingredientes más genuinos del género y un estilo sencillo y elegante. Ideal para noches de invierno.
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