Justo Gil es un emigrante aragonés que llega a Barcelona en busca de trabajo con las manos vacías, sin oficio, con una maleta que era una manta atada con unas cuerdas y con una madre enferma que los médicos no saben tratar. Son acogidos por un familiar lejano de su pueblo y entonces comienza una peregrinación por diversas consultas de afamados médicos, que posteriormente serán sustituidos por timadores curanderos.
Esta búsqueda extenuante de encontrar solución para la enfermedad de su madre condicionará una vida que se romperá y que hará que destruya otras que tienen que ver con él. Esa búsqueda de dinero para pagar las presuntas consultas a su madre le convertirán en un estafador, de poca monta al principio, para más tarde convertirse en un confidente de la policía, concretamente de la temida Brigada Social, la policía política del régimen.
Por unas míseras pesetas delataría a muchos miembros del partido comunista en Barcelona y, también a personas que, no teniendo nada que ver, tenían cuentas pendientes con este personaje rencoroso y timador. Todo ello centrado en las décadas de los años sesenta y setentaque describe de manera realista y veraz.
Ignacio Martínez de Pisón ha escrito un libro documentado en el que cuenta unos acontecimientos de nuestra historia reciente bajo un prisma novedoso y original que es la narración en primera persona de una docena de personajes que en algún momento conocieron a Justo o tuvieron tratos con él. Vemos al protagonista desde diversos puntos de vista, lo que da un resultado muy objetivo.
Estas doce personas, algunas tienen más protagonismo otras menos, se presentan de manera escueta y describen a Justo a su modo, cada uno destacando lo que le parece más importante del protagonista, y cada cual le ve de una forma que todas unidas dan una visión caleidoscópica del personaje. Sin embargo, todas tienen algo en común y es que le ven como un personaje solitario y huidizo, lo que algunos no llegan a suponer es que él estaba en la raíz de las delaciones de aquello años.
Es pues, Justo Gil, un personaje degenerado, que llega a Barcelona con buenas intenciones pero las circunstancias hacen que vaya cayendo por un empinado tobogán de depravación. Sus negocios desde un principio van mal y depende de otras personas para conseguir contratos, que no consigue y cuando lo hace acaban mal. Cada vez se fían menos de él y su vida se hace más y más difícil, por lo que tiene que buscar mil y una artimañas para sobrevivir.
En una de ellas se acerca a un grupo de la burguesía catalana, estudiantes de familias adineradas y tras un pequeño percance con la policía comienza una rara relación con un subinspector, Mateo Moreno, que le hará su confidente por una mísera cantidad pecuniaria. Esto le convertirá en un magnífico delator que conseguirá bastante éxitos, hasta que, quemado al fin, termina relacionándose con grupos de la extrema derecha catalana.
Los narradores se describen a sí mismos y describen al protagonista, cada uno destacando las particularidades más sobresalientes que ven en él. El libro, como he dicho anteriormente, está escrito en primera persona pero con esos doce narradores distintos y heterogéneos que van conformando la personalidad compleja y acomplejada del protagonista. Pero se nota un halo de indulgencia en la narración. Pese a lo complejo del personaje, no se tiene la sensación de que el narrador se cebe en él. Por el contrario, la comprensión planea en el libro y hace más culpable a las circunstancias que vive el protagonista que a su propia personalidad, compleja y mediocre.
La prosa de Martínez Pisón es clara y contundente, escribe con precisión y contención, consigue que la lectura sea fluida y que no dejemos el libro hasta saber lo que ocurre. El dramatismo de muchas situaciones está perfectamente reflejado y nos muestra una España de los años sesenta y setenta real, mucho más real que series televisivas populares. Sin embargo, hay un tema que el autor tendría que haber trabajado más y es la voz de los distintos narradores, que parece casi la misma, no es lo mismo el estilo al expresarse de un adolescente que el de un peluquero, un policía o una universitaria. Si hubiese cuidado más ese aspecto la novela hubiese sido totalmente redonda.
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