El autor gallego comparte su tiempo entre su labor en el mundo de la Empresa con el de la literatura. En la novela demuestra su solidez narrativa y su madurez expositiva. En la entrevista nos desvela los misterios de la novela y de los dos protagonistas, que mantienen un duelo dialéctico a lo largo de toda la obra.
¿Qué le llevó a escribir "El Danubio no pasa por Buenos Aires"?
Descubrir un personaje real que parecía extraído de una historia de ficción, un joven gallego que un buen día decidió ser argentino. Carecía de cualquier antecedente o relación previa con Iberoamérica a pesar de lo cual empezó a comportarse como un porteño más: imitando su acento, empleando su jerga, escuchando su música y haciéndose forofo irredento del River Plate. Se puso a descargar camiones de Eroski para poder viajar a Buenos Aires tan pronto fuese mayor de edad y hasta que le durase la guita. Un personaje completamente exocéntrico, en su actitud y en su pensamiento, ideal para explorar el conflicto de identidades tan presente en la sociedad actual.
¿Cuándo decidió dar el paso de la Empresa a la Literatura?
Supongo que uno procura hacer en cada momento de su vida aquello a lo que le encuentra sentido. Yo llevaba más de treinta años dedicado al mundo de la empresa y algo así como cinco o seis compatibilizando el tiempo con mi dedicación a la literatura. Cada año que pasaba, se me hacía más dura la pertenencia a un grupo profesional sometido a normas y criterios ajenos a una lógica de desarrollo personal. Fue cuestión de encontrar el momento adecuado para dar el salto definitivo.
¿Por qué escogió este título para su novela?
Se corresponde con el final de la historia, con la decisión que toma Juan Carlos Rubido, el narrador y coprotagonista de la misma. Me pareció, además, que podría provocar cierta curiosidad en los lectores potenciales.
¿Cómo definiría al protagonista Cibrán Salgado?
Creo que Cibrán Salgado representa el cénit del existencialismo. Es un joven consciente de su individualidad y que rechaza cualquier convención social hasta el punto de construir una personalidad independiente de su entorno. Al mismo tiempo, es un sujeto en búsqueda permanente de lo auténtico y del sentido genuino de las cosas.
¿Y a Juan Carlos Rubido?
En la presentación que tuvimos en Madrid, François López Ayrault definió a Juan Carlos Rubido como un hombre escéptico, descreído, nihilista, alguien al que todo parece importarle más bien poco y que no sabes si te cae bien o mal. No podría mejorar esa descripción.
¿Cómo es la relación que se fragua entre ellos?
Existe una tensión entre ambos desde el primer instante. Se atraen sin duda, se desafían, se buscan pero, en realidad, no saben para qué. De algún modo entienden que se necesitan pero cuando están juntos hacen todo lo posible por distanciarse.
¿Cómo cree que deberían ser las relaciones entre profesores y alumnos?
Sobre todo, interactivas, profesores capaces de escuchar e interpretar. Y flexibles, relaciones adaptadas al perfil de los alumnos. Sobre ese planteamiento surge el vínculo que se crea entre Juan Carlos Rubido y Cibrán Salgado, quizás con un resultado que en todo caso no sería el más deseable.
¿El ser humano anhela ser aquello que no puede o no consigue ser?
En el mundo de la empresa se explota con frecuencia la condición aspiracional que afecta a una buena parte de la sociedad, se recurre a excitar ese estado de inconformismo, o más bien de frustración permanente, en el cual estamos instalados. En la novela, no aparece tanto este factor como sí en cambio el rechazo a un determinado statu quo en el que los personajes no terminan de encajar.
¿Cree que en las universidades españolas hay muchos profesores que han perdido la ilusión por la docencia?
Creo que, en general, las condiciones de trabajo dificultan cada día en mayor medida la realización o satisfacción profesional. Se supone que la Universidad debería formar a los líderes del futuro cercano y lo que está haciendo es alimentar la bolsa del desempleo y de la emigración. ¿Cómo no perder la ilusión por la docencia ante tales perspectivas?
¿Qué importancia tienen Santiago y Buenos Aires en la novela?
Una importancia capital. La novela se despliega en un relato central, localizado en 2011, y otro secundario intercalado en el principal que transcurre en los albores del siglo XX. Esta segunda narración, más breve, define en buena medida la relación histórica entre Santiago y Buenos Aires. No olvidemos que Buenos Aires ha sido conocida como “la quinta provincia” gallega. La historia central describe una capital argentina viva, pletórica, la imagen idealizada por Cibrán quien no obstante admite las sombras de los barrios miseria. Santiago, por el contrario, se muestra agria y abúlica, de acuerdo a la perspectiva personal de los dos protagonistas principales, Cibrán y Juan Carlos.
¿Cómo describiría el conflicto de identidades que hay en la novela?
Te diría que la ficción no se atreve a superar la realidad. En el caso real que describía al comienzo de la entrevista, el joven gallego se construye una identidad a su medida. En la novela, Cibrán toma una decisión entre el contexto que le rodea, la posibilidad de una identidad híbrida, o adoptar la personalidad que se forja a través de un imaginario que va creciendo en su interior. Como tantas veces ocurre, finalmente identidad tiene mucho que ver con idealización.
¿Hay más pulso cultural al otro lado del Atlántico?
Probablemente la cultura, en general, y la literatura, en particular, ocupen en los países iberoamericanos una posición más elevada en la pirámide de prioridades sociales que en Europa. Diríamos que allá Maslow puso un mayor énfasis en la cuestión cultural. A este respecto, Argentina representa un caso a destacar por el valor de elemento esencial que le otorga a la creatividad, singularmente a la literaria.
¿Por qué decidió escribir esta novela en castellano y no en gallego como las anteriores?
Fruto de la crisis del sector y, todo hay que decirlo, del desapego institucional hacia la lengua autóctona de Galicia, los lectores de literatura gallega están en retroceso. Eso por una parte. Por otro lado, creo que esta historia funcionaba mejor en castellano por el juego lingüístico que se establece en torno al lunfardo. Y por último, también por el anhelo de integrarme en uno de los ecosistemas creativos más exigentes que uno pueda imaginar.
¿Por qué ha escrito la novela utilizando la primera persona?
Escribir en primera persona siempre es un reto pues el autor debe adoptar la personalidad del narrador, y esto en un sentido amplio: su carácter, por supuesto, pero también su modo de pensar, sus capacidades, sus conocimientos… Un desafío muy atrayente. Además, creo que el personaje de Cibrán debía ser observado por un segundo protagonista, funcionar más como objeto de la historia que como sujeto de la misma. De ahí la entrada y protagonismo de Juan Carlos.
¿En qué situación se encuentra la literatura gallega?
En pleno contraste entre oferta y demanda. Una oferta magnífica, con nuevos autores, nuevas propuestas, nuevos talentos. Y una demanda que, como indicaba, no responde en la medida que la literatura gallega merece por calidad y variedad.
¿Está trabajando en alguna nueva novela?
Cuando termino una novela, la dejo reposar unos cuantos meses al cabo de los cuales la retomo y la repaso. Esto me permite empezar a trabajar en un segundo proyecto aun cuando el primero no se haya publicado. En estos momentos, estoy ya revisando una novela que trata la investigación de un accidente que parece un crimen, el principal sospechoso del cual resulta ser la multinacional Inditex.
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