E. L. Doctorow es un pintor, capaz de provocar mediante sus trazos la comprensión por parte del lector del movimiento urbano norteamericano. Un pintor de paisajes en los que siempre habita una nube crítica totalmente subjetiva, un pintor de personajes que siempre evolucionan con la semilla de lo trágico en su interior. Es cierto que ese imaginario tan real de Poe es muy visible en muchos de sus cuentos, pero también hay que destacar el recuerdo que traen de otros tantos autores como de Jack London en la elaboración de personajes o de Mark Twain en un tipo de narración que parece tomar como base un inestable montón de cristales rotos. Doctorow sigue un estilo que se podría definir como de aquellas esmeraldas perladas que decía Lope de Vega, es decir, de mirada lagrimada, llorosa, de alma rota. Leer a Doctorow es dejar al cuerpo con la sensación de que su escritura sale sola, sin esfuerzo aparente; que la fuerte crítica social de sus cuentos, que el acercamiento a la parte más baja de una ciudad como Nueva York, que esa vida por el inframundo neoyorkino, no son más que gotas de sudor del propio escritor que resbalan por su mano, por sus dedos, y se impregnan en el papel en forma de historias. Pero no es así. El sufrimiento de la comprensión fatalista de la humanidad queda en el lector, queda el aroma del trabajo, del talento de observarlo todo y saber describir con palabras aquello que siempre intenta escaparse de ellas, aquello que a nosotros nos deja sin, aquello que nunca quiere tener nombre: las emociones.
‘Cuentos completos’ es una obra de emoción caracterizada por la velocidad narrativa en su conjunto, por el sarcasmo, la ironía e incluso la sátira ante una sociedad que parece no tener arreglo pero sí escapatoria, la única posible para aquellos que pueden ver y sentir todo lo que les rodea, la literatura. Federico García Lorca llegó a Nueva York y no pudo más que describir lo que se esconde tras las luces de neón. Pero tengamos siempre en cuenta que en lo más profundo de su ser quedaba el recuerdo del mar granadino, del verde oliva andaluz, del aroma a jazmín. Los ojos, y sobre todo la pluma, de Doctorow también se encontraron con aquello que intenta ocultarse tras la iluminación consumista, pero con una diferencia, él nació en el Bronx, mamando todo ello desde el mismo momento en que el peso de Edgar Allan Poe se montó en sus espaldas. Él no tuvo dónde comparar, para él aquello no era contraste sino realidad.
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