Aunque uno de mis géneros predilectos en cuanto a Literatura es, sin duda, el cuento, debo reconocer que me parece injusto criticar recopilaciones de estos relatos. Un relato es una creación única, individual, un relato es una novela, un guion o una tragedia, es una composición que se merece un trato personalizado, que se merece ser tratado como una sola cosa, porque eso es lo que es. ¿Acaso criticamos la obra completa de un autor si no es en ocasiones especiales? Aún así, buscando la parte buena de todo ello, estas colecciones nos muestran los rasgos más comunes del escritor en cuestión, la imprenta fija que deja en cada uno de sus escritos, es la mejor forma de conocerlo, de ver lo que no sale de él por casualidad, su talento, lo innato.
Y este talento, en
Maite Núñez, es la capacidad de integrar la semilla de lo trágico en sus personajes. Todos son un valle de lágrimas recubiertos por cuerpos opacos que luchan, con desgana, por vivir. Ellos no, sus cuerpos sí. Siempre hay un halo de esperanza en este o estos personajes traumáticos por salvar una lágrima y ver amanecer, esperanza que acaba truncándose por el peso de una lágrima más poderosa, más triste, más fuerte, una lágrima final que empapará al lector de lo trágico que es vivir sin un sentido. Los cuentos de
Maite Núñez son cuentos de soledad, de una soledad que puede llegar a enfermar a sus personajes, son el relato de lo que no es vida, del camino paralelo al vivir, aquel que parece tan inalcanzable hasta que te das cuenta de lo cerca que lo tenías.
Maite Núñez actúa en este libro como compositora de melodías, juega con los ritmos (y con nosotros) mediante el flujo bombeante de frases cortas y rapidez, y frases largas y pensamiento. Además de unos diálogos que recuerdan a dos enfrentados en un ring, a una pelea incesante de boxeo, pero no aquel tópico cortazariano del cuento como boxeo, sino porque aquí el diálogo es una batalla entre dos, entre el protagonista y otro personaje, entre el protagonista y lo que le rodea, entre el protagonista y su interior, donde siempre acaba igual, vencido.
Hay algo de curativo en la escritura, y libros como este lo demuestran. Escribir puede ser vivir, caminar, subsistir. Y Maite Núñez lo demuestra con esta obra, un intento por salir de la soledad que emana un mundo con tanta gente. Porque eso es lo que se desprende de este libro, que todo, que todos, en definitiva, estamos solos y que si no trabajamos en nuestra soledad, incluso ella nos dejará, ¿y qué seremos si no podemos ni estar solos?
«Quiso creer de veras que si las cosas no se decían no tenían por qué ocurrir, como si la enfermedad necesitara de las palabras para concretarse y triunfar. Alargó la mano y dejó la libreta sobre el mostrador.»
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