Una colección de once relatos que coge por título el nombre del último que la compone. Con la maestría que la ha convertido en la única mujer galardonada con dos premios Booker, Hillary Mantel sigue desplegando historias que entran en el lector agitándolo, despeinándolo; buscando y consiguiendo la esencia de la Literatura. Cargada de esa ironía ácida tan británica que acompaña a los autores que están de vuelta de todo, que han saboreado todo tipo de calamidades y frustraciones en su vida y han decidido transmitir su experiencia al lector, quizás creyendo que así podrán evitar que el lector pase por lo mismo. Leer a esta autora nacida en el Reino Unido es comprender la cantidad de miradas que puede haber hacia la realidad. Mantel convierte lo casual en extraordinario. Sus cuentos son composiciones sublimes en las que un narrador cercano te acompaña de la mano y va susurrando en tu oído lo que te quiere contar, de fondo; hasta que de repente se dirige exclusivamente a ti, te avisa, te alerta, y es ahí donde te das cuenta, donde dudas, de si es verdad que lo estás leyendo o realmente lo estás oyendo de alguien.
En todos sus relatos se encuentra la puya indirecta (y en muchos casos directa), camuflada por la inteligencia de alguien que escribe para buscar respuestas a todo lo que su mente se pregunta, y sabiendo que nunca las va a encontrar. Aquí, el lector prevenido ante la obra de Mantel podría pensar, ¿y entonces para qué leerla? Para eso mismo, para entrar en ese dilatado mundo en el que las preguntas luchan por resolverse sabiendo que su gracia está en ser preguntas. La cabeza, y por consiguiente la mano, el bolígrafo, las palabras de Mantel son un nido de ideas interminable, un flujo constante de preguntas por la vida, de guiños al desengaño, de una tormenta que abrasa a su prosa enganchando de manera incontrolable al lector.
En definitiva,
Hilary Mantel es uno de esos autores del después, que saben lo que va a pasar, porque siempre va a pasar nada, y ellos son los mejores explicándolo. Es una escritora convencida de que si nada tiene sentido, por lo menos que la Literatura sirva de aquello que nos dice una hermosa canción: «mi chupa de cota de malla contra la desdicha».
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