Noviembre de 1812. Los restos del ejército francés se arrastran por la estepa rusa, sintiendo en el cogote el aliento de los caballos cosacos. Son lo que queda del medio millón de hombres a cuyo frente Napoleón había invadido el Imperio Ruso en junio de aquel mismo año. Han luchado y vencido en Ostrowo, en Vitebsk, en Smolensko, en Borodino, han entrado en Moscú... pero no han logrado derrotar al enemigo y ahora, parodiando al poeta Luis de Oteyza, caminan:
...de la estepa solitaria cual fantasmas vagorosos
abatidos, vacilantes, cabizbajos, andrajosos...
Han sufrido estos soldados los horrores de la guerra,
del combate sanguinario el disparo, la lanzada
-el acero congelado y la bala caldeada-,
el empuje del caballo y el aliento del cañón...
Ya sólo importa salir vivo de aquel infierno de nieve y hielo. Frente a ellos, una barrera infranqueable: el río Beresina. Los rusos han destruido en Borisov el único puente que existía y les acosan desde todas direcciones. Todo parece perdido. Tendido en la orilla, gravemente herido, José Aragón, capitán del regimiento español Joseph-Napoleon, sólo espera la muerte o un milagro. En el bando ruso una mujer le busca ansiosamente, esperando que se repita el milagro que les había unido, sólo unos meses antes, en las cercanías de Vitebsk.
Ignacio Fernández de Bobadilla pertenece a la asociación de militares escritores. Es especialista en la época napoleónica y ha escrito dos novela sobre este periodo histórico.
Una pluma en el Beresina es su segunda novela.
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