En este sentido, debe ponderarse en su justa medida que
Alfred Bosch no se refugie en conceptos deliberadamente ambiguos como “derecho a decidir” para publicitar sus deseos. Así, como nacionalista que es, siempre habla en nombre de Cataluña, se atribuye su única representación y cae de manera voluntaria en identificar Cataluña con separación del resto de España: “poner puertas al campo no frena las ansias de la mayoría de los catalanes, sino todo lo contrario, como lo demuestra la experiencia” (pág. 17). No obstante, sí que recoge y profundiza en algunos de los mantras en los que el separatismo catalán basa su doctrina (por ejemplo, que España lleva varios años faltando el respeto a Cataluña).
Una vez concluida la lectura del libro, podemos afirmar que los toques de condescendencia abundan en él. En efecto, bajo el supuesto beneficio que traería la independencia de Cataluña, tanto para ella como para España, Bosch proyecta su objetivo rupturista, buscando aliados en “el resto del Estado”. Para ello, acompaña su exposición con apelaciones a referentes del pacifismo (Gandhi y Mandela a lo largo de las páginas; Desmond Tutu en la presentación) que combina con dosis de paranoia (cuando compara lo sucedido en la desmembración de la URSS, con lo que podría acontecer en nuestro país si se producen actos de fuerza del “españolismo”).
La obra analiza también un fenómeno al que sociólogos y politólogos llevan buscando explicación: las razones del aumento del independentismo en Cataluña en los últimos años. Para
Alfred Bosch, la causa matriz es nítida: la “cerrazón” del poder central. Por ello, “no debe sorprender que cada día surjan más castellanoparlantes que se apuntan a la emancipación nacional” (pág. 35). De hecho, como se viene comprobando, hay sectores que hasta hace bien poco se decantaban en las urnas por formaciones como PP, UPyD, PSC…pero que ahora se han sumado al secesionismo. Al respecto, el autor introduce una explicación que, si bien no es completa, tiene dosis de realismo: la creencia generalizada de que los nacidos fuera de Cataluña, nunca abrazarían la causa de la independencia.
Esta forma de argumentar encierra otras consecuencias que el lector no debe pasar por alto y es que evita referirse a la influencia de los sucesivos gobiernos de Jordi Pujol y la gestión de materias sensibles, como la educación o la política audiovisual. De hecho, en lo relativo al tema de la lengua, Bosch invierte los términos del debate y, por tanto, el verdadero escenario: “la normalidad lingüística no fabrica independentistas; lo que los fabrica es la anormalidad en forma de discriminación, prohibición o negación. La lengua no es un arma en manos de separatistas pero sí un arma en manos de separadores” (pág. 29).
No otorga influencia mayúscula a la idea de que Cataluña aporta (supuestamente) más a la hacienda española que el resto de comunidades autónomas: “no es el verdadero motor del aumento del independentismo, aunque ha influido”, sentencia (pág. 49). En consecuencia, aunque un nuevo pacto fiscal o concierto económico podría ser una medida que diera resultados a corto plazo como freno al separatismo, para Bosch no es la solución final: “con eso no se acabaría el independentismo ni mucho menos el catalanismo, pero ciertamente las posibilidades de apaciguar a ambos crecerían de forma exponencial” (págs. 56-57). De la misma manera, sostiene que la reforma gradual de la Constitución o “el federalismo asimétrico o no asimétrico” se convertirían en simples parches (pág. 142).
Con todo ello, ¿qué avala o justifica la independencia (o emancipación, como prefiere llamarla el autor), de Cataluña? La apuesta por los derechos universales ya que “si oponerse a la voluntad democrática de la mayoría de los catalanes puede destruir a la propia democracia española, lo contrario, o sea defender la libre voluntad de los catalanes, puede consagrar a la democracia española” (pág. 169).
En definitiva, como para Bosch parece que “Cataluña es independiente o no es”, las propuestas de diálogo (orientadas al tan mentado encaje) que han realizado otras formaciones políticas como el PSC (federalismo) o Unió (confederalismo) carecen de toda posibilidad a la hora de marcar la agenda en el corto y medio plazo.
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