Pese a ser la primera novela de
Eva María Medina, esta filóloga no es una recién llegada a la publicación de obras. Ya tiene un libro de relatos de su autoría y un par de ellos en colaboración, además de haber publicado en diversas antologías y en revistas. El cuento es un estilo que controla a la perfección la autora que con Relojes muertos trasciende a la novela, algunos podrían definirla como corta. Pero una novela es la obra que, tenga la extensión que tenga, siempre cuenta lo que ha querido contar el autor. Y esta novela tiene la dimensión justa.
Relojes muertos, que toma el nombre de un cuadro de Salvador Dalí, aborda el tema de la locura, una cuestión espinosa en la literatura, donde se han compuesto obras maestras pero no en exceso. La locura siempre es un tema difícil de abordar y polémico que puede herir ciertas sensibilidades y que nos hace enfrentarnos de una manera distinta al mundo de vivimos y conocemos porque el “loco” tiene una percepción distinta a lo que vemos y vivimos. Gonzalo, el protagonista de la novela, cruza la frontera de la locura por medio de los sentimientos, pero también de forma onírica, dando una dimensión diferente al relato.
Quizá todos estemos un poco locos o tengamos rasgos con los que cruzamos los dos mundos, de los infinitos que pueda haber. Muchas veces nos sorprendemos al leer noticias o verlas en televisión sobre personas que han matado a familiares o vecinos por el ruido causado por una televisión o por un equipo de música. Eva María Medina pone algunos ejemplos en Relojes muertos. Un ruido puede ser agobiante cuando rompe la intimidad de un hogar, de una casa, de un refugio. Ese ruido puede hacernos sentir que nos violan nuestro espacio vital, y ese ruido se puede incrustar en nuestra cabeza llegando a volvernos locos. Como locos nos pueden volver el tic-tac de un reloj oído hasta el infinito. El protagonista huye de esos ruidos, pero también de esos otros que tiene incrustados en su mente.
Eva María Medina escribe en primera persona y usurpa la personalidad de Gonzalo Márquez para escribir desde una perspectiva masculina, con el riesgo y dificultad que supone ponerse en la perspectiva del género contrario. Una dificultad añadida que la autora resuelve, no sólo con solvencia, sino con atrevimiento y originalidad, dando a la narración una pátina de complementariedad y visión aún más global de lo que normalmente se da.
Relojes muertos tiene dos partes claramente diferenciadas que más o menos coincide con la mitad del libro. En la primera, nos encontramos una novela muy descriptiva y actual donde nos cuenta el proceso de la enfermedad en el hospital después del ingreso del protagonista y cómo se desenvuelve en ese mundo hasta que le dan el alta y consigue rehacer su vida con Ángela, a la que conoce por mediación de un amigo en esas habitaciones de hospital que nos va mostrando con pulso firme y enriquecedor. Un mundo agobiante y cerrado.
En la segunda parte, el mundo físico y cotidiano, deja paso a otro onírico donde las percepciones subjetivas del narrador se van abriendo paso en la narración. Aquí la narración toma una dimensión diferente y la realidad se va conformando como un todo único donde no sabemos dónde empieza una y dónde acaba la otra. Si la primera parte también tenía un componente agobiante, en esta ya se lleva hasta sus últimas consecuencias.
Lo agobiante deja paso a la destrucción sistemática del protagonista. Estamos ante una novela donde el deterioro mental del protagonista se hace patente. Gonzalo se va deteriorando, como se va deteriorando su relación con Ángela, con sus compañeros de trabajo, con su mundo. Un deterioro progresivo que llega a una destrucción total de un mundo subjetivo.
Eva María Medina ha escrito una novela donde la literatura es su leit motiv. Se recrea en la fuerza de la escritura llevándonos a un mundo onírico y destructor. Precisa y concisa nos muestra un mundo interior que no nos gusta hurgar ni enfrentarnos a él. Ella lo hace dándonos un relato que cada vez es más duro pero también más literario.
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