A propósito de… El cocinero del rey.
De un tiempo a esta parte, percibo un repunte de la novela histórica castellana. En fechas recientes, Luis Torrecilla Hernández, otro vallisoletano de adopción, ha publicado ‘Punto de Mira’, una novela histórica que también tiene lugar por tierras castellanas. ¿A qué se deberá este renovado interés por nuestro pasado histórico? ¿Quizás ‘El Hereje’, la novela vallisoletana de Miguel Delibes, abrió un camino que muchos autores castellanos habéis decidido seguir?
Es cierto el repunte de la novela histórica castellana. En el caso de Luis Torrecilla y yo, antes no nos conocíamos; ahora, sí. Yo creo que ha sido una coincidencia que varios autores escribamos sobre el pasado de nuestra tierra. Yo hace tiempo que había leído El Hereje, de Miguel Delibes, al cual admiro y defiendo, sin embargo cuando escribí El cocinero del rey, no tuve en cuenta el libro de Delibes, y eso que ambas novelas se desarrollan en el siglo XVI. El lector comprobará que las dos obras no tienen nada que ver. Es posible que Delibes inconscientemente nos pudo favorecer.
Lo cierto es que en una tierra como Castilla, con tanta tradición y herencia histórica, parece relativamente sencillo encontrar localizaciones donde ambientar nuestras ficciones. ¿Para qué buscar ‘lejos’ lo que tenemos a la vuelta de la esquina? Al comienzo de tu novela, la posadera doña Eugenia Narváez nos cuenta que los Reyes Católicos se casaron en el palacio de los Vivero, en Valladolid, lugar poco conocido y menos frecuentado de la ciudad del Pisuerga. ¿Crees que con este tipo de localizaciones (Toledo, Segovia, Valladolid) publicitamos una tierra actualmente denostada por las mal llamadas ‘nacionalidades históricas’?
Nosotros tenemos la historia tan cercana que a veces nada más salir de casa, como es mi caso, tengo la iglesia de San Pablo y el Palacio de Pimentel a dos minutos, y me resultan muy familiares. Tengo por costumbre, sin duda intencionada, incluir en mis novelas los lugares que me son cercanos y conozco perfectamente: Valladolid y Palencia. Tengo inclinación por ellos. Si otras “nacionalidades históricas” no nos valoran, para eso estamos los escritores, para sobreponernos. Me encuentro muy realizado entre nuestra gente, nuestra historia, nuestra cultura y nuestras costumbres.
Juan de Valdavia, el protagonista de tu novela, no es un personaje heroico. Al contrario, diría que es un pícaro algo promiscuo y de buche insaciable. Un Buscón al que enseguida cogemos cariño y al que podemos perdonar su ambición a medrar en una sociedad corrupta. ¿Acaso este personaje tuyo es un trasunto del político actual? ¿No será que los políticos de hoy son los tataranietos de los pícaros de ayer?
El protagonista de El cocinero del rey es un personaje normal, un personaje normal del siglo XVI, de bragueta ligera y con ganas de saciar el hombre. Es un “pícaro” que roba para comer y poder vivir. Yo no descarto que los políticos de hoy (muchos de ellos sin escrúpulos y ladrones sin conciencia) sean descendientes de los pícaros del siglo XVI. Desde luego, la historia ha ido en contra de los ciudadanos normales (y honrados).
Como en toda novela pícara, leo en tu relato algunos episodios humorísticos memorables. ¿Cómo no destacar su parecido con la divertida escena de las uvas de El Lazarrillo? Desde mi punto de vista, la que más me gusta de tu novela es la escena del arroz con guijarros. Está claro que el hambre agiliza el ingenio y que ese ingenio humaniza al personaje…
Es muy acertada la apreciación. En El cocinero del rey hay varios episodios humorísticos, yo potencio el humor y la ironía. Puede haber en mi novela, inconscientemente, algún trasunto de El Lazarillo de Tormes, sin pensarlo, claro. La escena del arroz con guijarros es un relato tradicional, muy breve, que yo he adaptado y completado al desarrollo de la novela. Cada vez que lo leo, me sonrío, porque el protagonista, en un momento muy complicado y necesitado, sale de la situación muy airoso y el lector admirará su ingenio. Realmente es humana su reacción y ocurrente.
En El Patrañuelo, de Joan Timoneda, otra de las obras punteras de la picaresca española, cada ‘patraña’ comienza con un pequeño epigrama que introduce la fábula. De igual manera, he compuesto una décima que puede servir al lector para introducirse en tu novela:
«‘Todo sea por la Corte’,
masculló Juan de Valdavia,
no sé si por pura rabia
o tan solo por deporte.
Con su mal tallado porte
de cansino peregrino,
va siguiendo su camino
por las tierras castellanas,
tras las faldas de fulanas
y las huellas del destino.»
Como dice el refrán, ‘al pan, pan, y al vino, vino’…
Juan de Valdavia, mi protagonista, era un hombre práctico que conocía sus necesidades (físicas y morales) y tenía en su mente medrar en la Corte y llegar a ser cocinero del rey Felipe II, su máxima aspiración en la vida. Vio colmados todos sus deseos entre ollas, cazuelas y sartenes.
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