El otoño estaba llegando a su esplendor cuando
Menchu Gutiérrez se acercó a Madrid a presentar su última obra. Dejó sus queridas montañas cántabras y sus campos verdes para sumergirse en la vorágine de una ciudad gris. La misma de la que decidió hace años marcharse para vivir solitaria en un faro costero, ofreciendo camino a los barcos que navegaban por el mar Cantábrico buscando refugio después de haber luchado durante días en un embravecido y arisco mar.
En “
araña, cisne, caballo”, por ese orden y en minúsculas,
Menchu Gutiérrez habla de animales, muchos de ellos domésticos, pero también habla de personas, de familiares y, por supuesto, de su padre. Sin embargo, como reconoce con voz queda, de rapsoda de la antigüedad Clásica, “cuando me pongo a escribir no pienso en nadie. Sólo en las cosas que me pueden conmover a mí. Lo que me importa es escribir el libro”.
En su literatura no hay cálculo. Hay una profunda visión hacia el ser, hacia uno mismo. Una visión auto referencial del que se mira a sí mismo. “Escribo para conmoverme a mí misma”, dice convencida. Pero también escribe para sacar sus fantasmas.
¿Cuáles son tus fantasmas?, la pregunto ingenuo.
“Son esos animales que nos miran. Esa mirada de los animales hacia nosotros nos narra nuestra propia historia. Responde introvertida, con voz queda y continúa explicando “en mis libros siempre han estado presentes los animales, siempre ha habido un perro. En mi vida también siempre ha habido perros.
Para esta autora comprometida con la poesía, “la mirada del animal es una, es como si fuese un espejo, te estás viendo a ti mismo. Te ves reflejado en los ojos del animal”, comenta. Son muchos los animales que pasean por el libro, construyendo a su vez un animal mayor, atrayéndose los unos a los otros.
Pero no sólo los animales están presentes en la obra, también los espacios abiertos están en el libro. “Poca gente tiene la experiencia del bosque, no saben lo que es perderse en el bosque. Allí el perro se convierte el lobo; en el perro siempre hay un rastro del lobo. Pese a esto el libro no es un muestrario de animales”, narra con precisión la autora de la portentosa novela
El faro por dentro.
Su nuevo libro, -bestiario la han calificado algunos-, es una obra profundamente personal donde aparecen sus fantasmas y cuando lo pergeñó “intenté escribirlo haciendo que desapareciese el yo y convertí al narrador en un sujeto universal”, nos descubre en la charla otoñal que mantuvimos alejados de ese mar que tanto quiere y de esos bosques por donde pasea sus pensamientos y sus sentimientos.
El titulo de su novela es para la escritora madrileña un auténtico enigma, “me salió así, sin pensar. Creo que invita al lector a pensar que hay muchos animales antes que la araña y aquí entra la metáfora de la telaraña que no deja de ser una trampa”, describe. El campo es lo que tiene, que te enfrentas a la vida tal y como es, sin embargo en la ciudad “hay muchas máscaras de las cosas esenciales de la vida. Hay muchos intermediarios, muchas capas. La vida de la ciudad te separa de cosas esenciales”, apostilla.
“
araña, cisne, caballo” es un libro de fragmentos donde la metáfora es sinónimo de creación. “Quiero acercarme lo más posible a esa experiencia. Yo cuido las palabras por un afán de búsqueda donde haya metáforas bellas, pero sin huir de lo feo”, manifiesta, para conseguir una escritura más afilada y añade: “busco en cada momento lo que necesita la experiencia que describo. No se puede decir de cualquier manera”.
Sus cambios de registro en su obra se deben, quizá, a un cambio de residencia. De un faro apartado en Igueldo frente al mar a una montaña cántabra donde se convierte casi en una granjera. “Así empiezas a formar parte de una sociedad animal y comienzan a sucederte otro tipo de cosas”, reconoce la escritora que se lleva muy bien con los lugares apartados y que invitan a pensar de una forma más reposada y tranquila. “Yo he asistido a la formación de una telaraña en directo, la vida me lo ha permitido”, dice con orgullo.
Esa metáfora de la araña no deja de ser una metamorfosis de un animal, de un arácnido. “Es un libro de metamorfosis completas, pero también las hay inacabadas. Todos mis libros son así, no hay un centro en el libro”, argumenta y finaliza diciendo “en la novela suceden dos metamorfosis, de lo humano a lo animal y al revés. Ocurre constantemente en la vida”. La vida no deja de ser una metamorfosis donde nos vamos convirtiendo en una persona diferente con el transcurso del tiempo. Somos personas que vivimos enredados en una telaraña, en una nebulosa de la que quizá sólo un buen libro nos puede salvar de morir enredados. “
araña, cisne, caballo” tiene esa rara virtud.
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