El libro iba a estar preparado para el mismo día de la publicación de la 23ª edición del Diccionario de la Real Academia Española (RAE), que coincidía también con el 300 aniversario de la fundación de la RAE. La edición del diccionario corría a cargo de la editorial Espasa, una de las muchas editoriales de Planeta. En el libro dedica un sustancioso capítulo al mediocre filólogo Víctor García de la Concha, hoy director del Instituto Cervantes y, anteriormente, director de la RAE.
La editorial Planeta le pidió al autor que suprimiese ese capítulo. Gregorio Morán, con toda la razón del mundo, se negó. Resultado: que no se publicaría en la editorial. “Es una lástima, pero el problema de la censura en la actualidad no es político, sino sencillamente económico. Hay empresas que controlan los medios por la publicidad que ponen. Endesa, por ejemplo, patrocina todos los suplementos culturales. Así, ¡quién va a hablar mal de los recibos de la luz!”, comenta.
Mucho dinero se jugaba la editorial de Lara como para publicar un libro que no sería nunca un superventas. Mejor publicar a personajes televisivos, aunque sus libros sean auténtica bazofia, que a un intelectual de la categoría del escritor ovetense. Así que Gregorio Morán cogió su libro, con las correcciones ya hechas y a punto de ir a la imprenta y casi no tuvo que buscar nueva editorial, porque Akal estaba dispuesta a editarlo, además, como dicen las malas lenguas, la publicidad ya estaba hecha.
En un proceso rápido, qué digo rápido, meteórico, poco más de un mes, el libro ya estaba preparado en una edición de alta calidad. Para presentarlo escogieron el Café Comercial, que se está convirtiendo en un café de referencia para las letras madrileñas. “Hacía más de 20 años que no pisaba por aquí. Venía cuando vivía en un Madrid malo y ahora vivo en Barcelona que no es un buen sitio en la actualidad”, comienza diciendo el autor y añade “prefiero este café al Gijón, que es un lugar que detesto y que era el lugar del mandarinato del café con leche”, señala con sorna y mala ídem.
“Lo más difícil es hacerlo que exista. Hay más medios de comunicación que quieren que no exista el libro a los que quieren que exista”, explica. Aunque a la rueda de prensa han asistido bastantes medios de comunicación, por lo que el primer objetivo de hacer visible el libro y que se hable de él, está conseguido, que no es poco y que realmente se merece por lo bien que ha quedado.
“Me he tirado diez años de mi vida para escribirlo. Es el último libro orondo que hago en mi vida. Ni voy a hacer una continuación, no me siento con ánimo; ni voy a pasarme otros diez años para escribir un libro. A partir de ahora escribiré cosas más livianas”, apunta con ironía, quizá porque lo que ha ocurrido en cultura después de 1996 no le interesa, “aunque la estemos sufriendo y padeciendo”.
Cree que los grandes medios de comunicación los tiene vetados para la divulgación de “El cura y los mandarines”, como le ocurrió con su obra “El maestro en el erial”, que sí tuvo difusión en El País, después de ser vetado, porque Mario Vargas Llosa, que por aquel entonces no vivía en España y estaba ajeno a la política cultural española, le dedicó un artículo dominical suyo. No les quedó más remedio a los herederos de Ortega y Gasset que tragarse ese sapo.
“Los libros los carga el diablo”, como las escobas que nos decían de niños. Y este, desde luego que lo ha cargado y para llevarlo a cabo ha tenido que buscar un personaje que fuera un hilo conductor y lo encontró en Jesús Aguirre, aquel cura urbanita que llegó a ser duque de Alba. “Aguirre era un personaje del que todo el mundo me hablaba mal. A nadie gustaba. La única persona que le quería era la recién fallecida Cayetana de Alba.
Sin embargo, en ese periodo del tardofranquismo y un poco antes, no había acontecimiento en que no estuviese presente el cura Aguirre. Que si en la revuelta de los mineros asturianos en el 62, que si en el contubernio de Munich, que si en el FELIPE (Frente de Liberación Popular). Y en todos participaba de manera preeminente, según él mismo. “Era algo más que un mentiroso compulsivo. Estaba en todo”, define al duque de las sienes plateadas y al que el gran Manuel Vicent dedicó una novela, “que hizo a su manera”, apostilla Gregorio Morán, que quiso dejar claro que nunca fue jesuita el cura de Moncloa y sí el hombre en la oscuridad de Pio Cabanillas.
Gregorio Morán opina que hubo una especie de espejismo sobre la primera transición, que creían modélica y que “yo me encargué de desmitificar y por lo que fui atacado de manera inmisericorde, incluso por algunos que ahora defienden lo mismo que defendía yo y por lo que me atacaban en aquel entonces”, recuerda pesaroso. También tuvo palabra de recuerdo para Javier Pradera, al que dijo que “era ágrafo, un vago al que no le gustaba escribir pero que me dijo que lo que más le había sorprendido en la vida es que un inútil como Javier Solana llegase a ser Secretario General de la OTAN y que Jesús Aguirre llegase a ser duque consorte de la casa de Alba”, enumera divertido.
“Los académicos de la RAE son unos títeres”
Así los define. Cuando Ramón María del Valle Inclán pasaba cerca de la academia se orinaba en su fachada. Juan Ramón Jiménez u Ortega y Gasset nunca sintieron devoción por la misma. “Son los tipos como García de la Concha los que sí tiene interés por ser académicos, para conseguir una pátina de academicismo. Nada más basta ver cómo entraron de la mano en la Academia Juan Luis Cebrián y Luis María Ansón. Un club como no hay otro”, describe mordaz. Ya lo dijo el Conde de Romanones de esos académicos: ¡Vaya tropa!
La pregunta, leitmotiv del libro es “¿qué pasó con aquellos jóvenes radicales intelectuales de los años sesenta para que quisiesen ser académicos? Quizá que el PSOE compró todo lo comprable en cuestión de cultura como decía Rafael Sánchez Ferlosio. Y aquellos jóvenes ilustrados que llegaron al poder se fueron pervirtiendo poco a poco hasta llegar a los casos de Luis Roldán o García Damborenea.
Para acabar, se quejó de lo “malos que son los novelistas españoles, que suelen escribir sobre personajes reales que es lo que está de moda o de novela negra, como hace Guelbenzu por indicación de sus editores. Y no me extraña, porque la sociedad española es una novela negra permanente”, indica con humor. Sin embargo, cree que hay escritores que hay que salvar y que habría que poner de moda. “El caso de Max Aub es sangrante, se le tendría que hacer un homenajes como a Juan Goytisolo, Manolo Sacristán, Luis Martín-Santos o Juan Benet. Tenemos el deber de rescatar algunos personajes de nuestra cultura”, concluye. Seguro que nuestros dirigentes culturales estarán mirando para otro lado.
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