Y así como no hay muerte en la realidad que, por traumática y dolorosa que haya sido, detenga el curso de la vida, sucedió en una ficción tan poderosa como el Quijote: los personajes que le sobrevivieron continuaron con su vida. Conocerla, tras la novela de Cervantes, fue acaso el deseo de muchos que llegaron a tener en ellos a verdaderos amigos.
Y así ocurrió.
Al morir don Quijote, los lectores del Quijote, conocieron las cosas que les sucedieron a todos ellos, más allá de esa muerte. Vieron en qué estado quedaban casa y hacienda del hidalgo, en manos de un escribano sin escrúpulos, y fueron testigos de las veleidades amorosas de su sobrina Antonia, no siempre afortunadas, el desamparo del ama, las indecisiones de un siempre incombustible bachiller enfrentado a su familia y, sobe todo, el acabamiento físico y moral de Sancho Panza. A tanto llegó este, que decidió el antiguo escudero aprender a leer y conocer de primera mano en el libro de Cervantes la verdadera historia de su vida y la de aquellos con los que estuvo. Hecho decisivo que cambió su vida: al leer a Cervantes advirtió la poquedad de todo y las burlas que creía veras, la consideración en que le tenían todos y la deslealtad de quienes, como los duques, pensó que le daban una ínsula por hacerle merced, no siendo sino para burlarse de él.
Los desengaños de cada uno de ellos les llevará a la conclusión de que poco o nada les queda por hacer en su aldea, y un buen día deciden dejarla buscando mejorarse lejos de ella, a la manera que había hecho ya en su día el propio don Quijote. Que el destino sean las azarosas Indias añadirá a su empresa temor e ilusión, conscientes de los peligros que entraña esa aventura pero también de las ganancias en oro y plata, fama y gloria.
Si en un primer momento los cuatro principales de la historia, Sancho Panza y el ama Quiteria, la sobrina Antonia y su esposo el bachiller Carrasco, actúan por razones estrictamente personales, poco a poco, el viaje va haciendo de ellos una verdadera familia y los peligros, vicisitudes y privaciones irá sacando de cada uno de ellos lo mejor de sí mismo.
El bachiller, al frente de todos, les da a todos una confianza y claridad que él no tiene, y no dejará nunca de defenderlos contra todo aquello que se interponga en su camino, que es el que conduce a una vida digna y libre. Antonia no tendrá otra obsesión que la de hacer feliz al hombre que cree que la hija que lleva en sus entrañas es suya y no de otro. Tras confesar el amor que sintió siempre por don Quijote, el ama se conducirá ya siempre con Antonia más como madre que como criada, impidiendo que esta haga nada que pueda hacerla desdichada. En cuanto a Sancho, volverá a su ser. Tras su paso por la literatura y haber leído los libros de Cervantes, Sancho se quijotiza, sin perder su condición de Sancho, alguien cuya filosofía de la vida se puede resumir en un “aquí y ahora”; más sensato que antes, desde luego, pero también más idealista: los demás empiezan a importarle más que él mismo.
En el transcurso de su viaje, que se inicia en La Mancha y acaba en Arequipa, conocerán todos ellos a tantos y en tan anómalas circunstancias a menudo dispuestos a acabar con sus sueños, que de no ser por la entereza de su ánimo y la firmeza de su fe en una vida libre y justa, habrían sucumbido a las primeras de cambio.
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