Ignacio Vidal-Folch, como gran parte de las personas de su edad, se crió viendo a los charlatanes de mercadillo ofrecer sus productos a los ingenuos parroquianos. “El mundo de los vendedores ambulantes me fascinaba”, reconoce. Ahora ya es difícil ver a charlatanes por las calles de nuestras ciudades y pueblos, pero hubo un tiempo que hasta se celebraban concursos de charlatanes. Era una costumbre muy mediterránea que tenía al gran Ramonet como personaje señero en un arte que casi ha desaparecido.
Y como buen charlatán, coge un ejemplar de su libro y comienza a recitar: “este libro que vale 20 euros, se lo dejo por 15, qué digo por 15, por 10, por 8, por 5 y no es caro porque es bueno”. Después de esta demostración, quién no iba a comprar un buen libro como el suyo. “Me llevo dos”, le digo con la sonrisa en la boca. Recordando que de niño miraba asombrado con la boca abierta a esos charlatanes que venían hasta mi pueblo para vender las cosas más inverosímiles.
En uno de esos vendedores ambulantes, pero más sofisticado, se ha fijado
Ignacio Vidal-Folch para dibujar un fresco contemporáneo de una época de ruptura. El muro más famoso del mundo caía hace veinticinco años, un nueve de noviembre. Unos tiran muros, otros los intentan levantar. Ese muro berlinés es el eje central de la novela. Cuando cae, muchos habitantes del este europeo lo cruzarían buscando la felicidad a la que alude el título de la novela.
En ese mundo se mueve el narrador-protagonista de Pronto seremos felices, un mundo que el autor catalán conoce bien de su época de corresponsal periodístico. “Yo tenía, sobre todo, dos tipos de fuentes, la embajada y los agregados comerciales. Estos tenían un contacto mucho más directo y cercano a las realidades económicas de aquellos países”, explica razonadamente. Fue protagonista en primera persona del proceso privatizador de las empresas estatales de los países de este. “A ese proceso acudieron muchas empresas españolas, pero no consiguieron casi nada. Siempre ganaban los austriacos y los alemanes”, describe.
Eso le dio pie a preguntar a los funcionarios de aquellos países por qué no se conseguía ningún contrato. “Ustedes no saben sobornar”, le dijeron. “Hay una forma específica de hacerlo en cada región y los alemanes y austríacos llevaban mucho tiempo haciéndolo”, asegura y añade que “cuando tienes que sobornar allí, lo tienes que hacer como si estuvieses suplicando un favor, sin sonreír y una vez ablandado el corazón del funcionario sacar un regalo y decirle que le ha salvado el puesto de trabajo, casi la vida”.
Aquella parafernalia le hizo plantearse la trama de la novela. Sus protagonistas giran en ese carrusel de negocios oscuros, pero no sólo eso, hay algo que le tiene fascinado a
Ignacio Vidal-Folch y es la suerte. “Muchos negocios dependen del factor suerte y también de la capacidad de seducción. En ocasiones se pueden hacer auténticas fortunas”, puntualiza divertido.
Ese tiempo de transformación lo vivió siendo corresponsal de periódico ABC. “Tuve la ocasión de ver esos procesos de primera mano y lo que más me llamaba la atención era la ilusión con la que se afrontaban esos procesos, como el que viví en Uzbekistán. La ilusión es lo más bonito que hay en el mundo”, asegura. Y esa ilusión que vio la reflejó en su dietario
Lo que cuenta es la ilusión y en su novela
Pronto seremos felices.
Ese proceso hizo que la vida se volviese más amable en los países del este. La estructura política y económica modela a las personas. Pasaron de ser personas contemplativas, cultas y menos trabajadoras a personas más activas y más trabajadoras, buscando la felicidad y la prosperidad. Sin embargo, muchas quedaron desprotegidas y disgustadas, Gente que añoraba el tiempo del régimen comunista donde había más seguridad y un cierto orden; había más facilidad para vivir sin trabajar.
Pronto seremos felices es una novela itinerante por esos cuatro o cinco países que se escondían detrás de ese telón de acero. Cuando calló, muchas personas se entusiasmaron por el proceso y corrieron hacia occidente. Nadie hizo el camino a la inversa, pero sí apareció la añoranza en muchas de aquellas personas que se sintieron desubicadas. “La novela está inspirada en esos hechos reales y trata sobre la traición a unos principios y trata de literatura, de un viajante comercial que quería ser novelista. Los países comunistas consumían mucha literatura, su presencia era palpable”, evoca con parsimonia fijándose en la reacción del entrevistador.
Uno de los cinco protagonistas principales de la novela, Petru, es un disidente e intelectual. “Había muchos así, como por ejemplo, Václav Havel, que fue presidente de la República Checa. Dejaron el mundo intelectual para ingresar en la política”, cuenta. Sin embargo, él sabe perfectamente que la literatura da más satisfacciones que la política, aunque en aquella época era peligroso ser un intelectual en Rusia.
Cree que el narrador tiene cierto parecido a él, “es un libro de viajes, pero de alguien que viaja solo. Yo como periodista viajo sólo, es viajante comercial, también, es muy diferente viajar solo que viajar con la familia. Te fijas en otras cosas y das importancia a ciertos temas que viajando en grupo no te darías cuenta”, apunta.
Para concluir no podemos por menos que hablar de su tierra y del referéndum que se celebrará en unos días. “Espero que todo vuelva a la normalidad. Estamos viviendo una época de crisis de credibilidad, una crisis generacional, económica y nacional que no tiene nada que ver con la crisis de la transición. Creo que hay que abordar la insolidaridad entre las distintas zonas del país. Al final no se pondrán fronteras y todo acabará bien porque este es el mejor de los mundos posibles”, concluye convencido.
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