Gonzalo M. Tavares escribe de una forma muy instintiva, “es casi más un esfuerzo físico que intelectual. Escribo durante dos o tres horas sin mirar lo que escribo y cuando termino lo reviso”, nos cuenta en la entrevista que hemos mantenido con él en un céntrico hotel madrileño. Los textos de sus novelas los suele dejar aparcados dos, tres o cuatro meses hasta que decide corregirlos, “lo cual hago de forma muy crítica”, se sincera.
Y luego comienza un proceso de concentración de su literatura. “Intento que la energía de mi escritura ocupe mucho menos espacio en la redacción final”, así nos descubre su forma de trabajar. Lo que puede decir con cinco palabras, ¿para que expresarlo con quince?, piensa. “Hago un trabajo de concentración donde muchas páginas van a la basura”, afirma. La búsqueda para que la frase tenga mucha potencia es su obsesión. “Me gusta que la frase tenga una concentración muy grande”, repite.
Todo ese proceso le hace ser un escritor lento y meticuloso. “La materia bruta de Un viaje a la India la comencé a escribir en 2003 y no fue hasta 2010 cuando vio la luz en su edición original”, señala. Y han sido otros casi cuatro años los necesarios para ver su edición en castellano.
El personaje central de la novela se llama Bloom, “es un homenaje a James Joyce”, de ahí que el protagonista antes de llegar a India, haga un curioso periplo por las principales capitales europeas, deteniéndose, claro está, en París, donde se va deteniendo, haciendo sus consabidas reflexiones filosóficas en forma de aforismo. “Esto es una ficción”, apunta seguro. Una ficción desbordante y realizada con una precisión de relojero suizo.
Sobre su forma de ser, es todo amabilidad, por otra parte. Se describe: “tengo un carácter serio pero, al mismo tiempo, lúdico” y respecto a su literatura le gusta que “el lector interrumpa su lectura y piense en lo que ha leído. Es lo mejor que tiene la literatura. Si la contraponemos con el cine, éste no da tiempo a pensar. La literatura tiene ese algo que es que la frase siguiente está esperando a que la leas. Tiene un tiempo individual. Es lo más diferente que tiene con el cine”, describe con pasión.
Y continúa diciendo “para mi leer es una actividad que requiere esfuerzo. No es un pasatiempo. No es consumir algo. La literatura tiene un mensaje en el que puedes parar, regresar y leer de nuevo. Pero lo que yo quiero de mi literatura es que el lector pueda abrir el libro por cualquier sitio y no tenga necesidad de saber qué va detrás, lo que le antecede. Que todo sea materia consistente”, explica el escritor portugués nacido en las tierras africanas de Luanda. “No quiero sólo contar una historia. Quiero que deje un rumor en tu cabeza”, subraya.
Un viaje a la India es un elogio a Occidente en un cierto sentido. “La India es todo lo contrario, es un mundo muy espiritual. Pero esa espiritualidad es consecuencia de una pobreza material extrema y si las personas tienen hambre, no tienen libertad”, apunta convencido. En ocasiones, ciertas religiones utilizan su poderío económico para dar de comer a las personas exigiéndolas que se unan a su religión, lo cual no deja de ser una coacción material y espiritual.
“Europa está perdiendo las leyes humanistas”
Esas religiones procedentes del Viejo Continente no utilizan la razón, entre otras cosas por la crisis que se está viviendo. En cierto modo se relativiza lo que estamos sufriendo. “Europa está perdiendo las leyes humanistas y esto es muy peligroso”, opina sincero, ya que cree con rotundidad que las constituciones europeas son mejores que las de otras partes del mundo. “Me identifico más con las leyes europeas que con las americanas”, apunta.
Este profesor de Teoría de la Ciencia señala la artificialidad de la idea del género literario. “La ciencia y la literatura cada vez están más mezcladas. Solo tenemos que darnos cuenta de que un mismo teclado sirve para muchas actividades, para escribir sobre ciencia, para escribir ficción, literatura y mil cosas más”, desentraña con agudeza. Sin embargo, antes de escribir en ordenador, ha sido un asiduo a los cafés lisboetas en los que escribía a mano con ese rumor de fondo que les caracteriza. Ahora, es en el ordenador donde escribe.
Su utopía es crear un barrio de escritores donde aguanten al envite de las fuerzas invasoras que parece que quieren poner en ridículo toda actividad intelectual, como si fuese el poblado galo de Asterix. “Ahora ser intelectual es casi un insulto, pero yo sigo creyendo que es mejor leer que no leer, ser culto que no serlo. Prima hacer cosas útiles que tengan una repercusión, una retribución inmediata, pero la cultura es algo cuya retribución se ve pasados muchos años”, argumenta.
La maldita crisis económica ha cerrado en Portugal, como en otros países, muchos grupos de teatro y de otras actividades culturales. Se han arrancado de cuajo esas semillas que ya no crecerán y que se tardará en volver a plantar. Pese a eso su pensamiento sigue volcado en la cultura y en la escritura. “Porque yo escribo por pura necesidad orgánica. No tiene nada que ver con los lectores o con el reconocimiento. De hecho, los libros que escribí entre los 18 y los 30 años, no vieron la luz hasta después de haber cumplido los 31. Para mí la escritura y la publicación son cosas radicalmente diferentes”, sentencia.
Si tuviese que definir Un viaje a la India, lo haría con una única palabra: tedio. “Es la palabra clave del libro. La dificultad del mundo es tener que enfrentarse al tedio, a hacer la misma cosa todos los días del año, los trabajos rutinarios, las relaciones rutinarias. Esto crea muchos problemas psicológicos pero, por otra parte, los grandes momentos de creatividad nacen del tedio”, puntualiza.
Ese tedio hace que en ocasiones emprendamos viajes. “Ahora los viajes comienzan en el destino. Por eso hay que regresar al viaje antiguo, al viaje de aprendizaje. El camino es el viaje”, finaliza y la literatura ayuda a emprender un viaje en el que cada página es una nueva experiencia y cada libro un mundo por descubrir.
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