Edmundo Paz Soldán es una persona muy reflexiva. En la entrevista que mantuvimos se expresaba despacio, pensando bien sus respuestas y en los ojos se nota que su mirada taladra mundos, “soy un persona a la que le gusta mirar a las estrellas pero con un ancla en la tierra”, se define, por si esas estrellas utilizan su fuerza gravitatoria para llevarle en un viaje sin fin. Aunque ese viaje sin fin es para la literatura y los mundos que puede visitar teniendo sus pies en el suelo.
Comparte su tiempo entre su país y Estados Unidos donde trabaja y da clases de literatura en una célebre universidad californiana, pero también ha vivido casi tres años en España en tres diferentes temporadas. “La última en el verano de 2012 y en esa ocasión es la única en la que pude escribir aquí”, se sincera. Siempre ha asociado sus visitas españolas a la marcha y al compartir el tiempo con sus amigos. Pero en esa última ocasión bastantes pasajes de Iris se escribieron en un Madrid canicular.
Iris es la primera novela de ciencia ficción de Edmundo Paz Soldán, pero no será la última ya que tiene en mente una precuela en la que cuenta la historia de Reynolds, “que llega muy dañado a la novela y cómo ha llegado en esa situación. Además está escribiendo unos cuentos con otros protagonistas diferentes a la novela, que exploran sobre la religión y las diferentes partes de la estructura social. Y tal vez algún día escribiría una secuela en la que trataría el tema de cómo los irisinos detentan el supuesto poder.
“La ciencia ficción me hace abrirme a un dimensión muy fuerte y aunque parezca que no es un género muy político, el de las grandes distopías del siglo XX”, explica. De ahí que le gusten más las novelas futuristas con alegorías políticas, tipo 1984 de Orwell, Un mundo feliz de Huxley, Nosotros de Yevgeni Zamiatin o las magníficas novelas de Philip K. Dick, antes que las novelas más de aventuras, de escapismo, que gustan tanto llevar a la gran pantalla en Hollywood”, desgrana con parsimonia. Aunque también reconoce que se ha fijado en películas como Avatar y Dune para crear su universo.
Cree que “en la ciencia ficción proyectamos al futuro lo que ya está en el presente”. Es una especie de crítica social que se ubica en un lugar remoto pero que “posee un clic que te hace darte cuenta de que no está tan alejado. El lector tiene que hacer un pequeño esfuerzo para conectarse con la historia”, opina.
De hecho, Iris en su origen iba a ser una novela realista, como las dos novelas que anteriormente había escrito, centradas en la violencia de las high school americanas, pero un reportaje de la revista The Rolling Stone le hizo cambiar de opinión: “leí un artículo sobre un grupo de soldados psicópatas estadounidenses de la guerra de Afganistán que había cometido diferentes crímenes. Eso me dio pie a hacer algo más libre, más imaginativo”, nos descubre el escritor boliviano. Y así creo Iris, su propio Afganistán. Aunque reconoce que el soldado psicópata tiene una larga tradición en la literatura y el cine americano.
Muchas de las costumbres de este territorio fantasmagórico, las ha sacado de las tradiciones de las minas de Bolivia y de ciertos antropólogos franceses que lo han estudiado. “Ahora Bolivia ya no es un país minero, las minas las vendió el gobierno liberal a empresas extranjeras. Pero las tradiciones han quedado y también un cierto sincretismo de los trabajadores católicos, que cuando descendían a las minas invocaban al dios Xlött, representante a la vez del bien y del mal”, cuenta el escritor. También ha sacado mucha información de Los naufragios de Álvar Núñez Cabeza de Vaca.
“En la novela hay muchos escapes lisérgicos”, apunta. Las drogas están muy presentes en la narración. Los irisinos son habitantes con una relación cruda con las drogas. Esa relación les hace tener un “profundo sentimiento de rebeldía para luchar por la libertad”, saben que sus opresores tienen armas más poderosas que ellos, pero ese sentimiento es grande.
“Me interesa la relación visceral que el lector tiene con la novela”
Iris tiene un comienzo impactante, rudo y a la vez dificultoso porque hay demasiados términos que no se llegan a entender. Edmundo Paz Soldán desestimó desde el principio hacer un glosario de términos. “Quería que el lector prescindiese de toda información adicional. Me interesa la relación visceral que el lector tiene con la novela, más que explicar lo que está pasando. Quiero que tenga un ingreso abrupto en este mundo”, espeta convencido.
Ha creado un lenguaje diferente, con frases más cortas pero también con palabras nuevas que han surgido de idiomas tan dispares como el quechua, el holandés o el chino. “El crear nuevas palabras es un juego que los poetas tienen más claro que los narradores. A ellos les gusta inventar palabras y en mi proyecto literario está el hacerlo, el divertirme haciéndolo”, aclara. Así la dimensión lúdica del lenguaje toma una nueva recreación.
Otro de los temas fundamentales de la novela es el miedo a lo desconocido y al extraño. “Por más que vivamos en un mundo cada vez más globalizado, la emigración ha producido una exacerbación del tribalismo, del nacionalismo. Algo que va más allá de lo que la razón nos dicta respecto a nuestros semejantes y que hace que se tenga una desconfianza visceral hacia el otro”, medita y eso le lleva a decir que “no todo el futuro es futuro”.
En cuanto a su manera de escribir señala que “me planteé la novela como cinco novelas cortas, con protagonistas diferentes; lo cual creo que ayuda a mantener un cierto equilibrio de la novela. Cada sección tiene un tono y textura diferente”. La que más le costó fue el capítulo de Reynolds pero también su favorito por el juego de narradores corales que lleva a cabo y una cierta forma de narrar a cámara lenta. Y se despide inquietantemente diciendo: “He tratado de construir una atmósfera de pesadilla para que el lector entre despacio en ella”. ¿Seremos capaces de salir de ella? Como dice el propio autor en la página 41: “Den pienso en lo que descubrí ki y no regreteo nada ko”.
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