Limbo se divide en dos partes. La primera nos recuerda a esas novelas nocilla; la segunda es más personal, pues trata de un tema muy querido para él que es la música. La historia de un secuestro y la búsqueda del Sonido del Fin son las tramas que se interrelacionan como a él le gusta hacerlo. “El arte es fragmentario, lo que importa es el comienzo y el final del mismo. Entre ellos está el limbo”, explica con voz queda y un punto distraída, ya que en ese limbo es donde se desarrolla la vida y el arte.
En esta ocasión Agustín Fernández Mallo ha querido entrar más en la psique de los protagonistas, pero también ha querido hacer un discurso muy en red. Estos nuevos movimientos sociales que se basan en las redes están cambiando la forma de narrar de los escritores, “busco la contemporaneidad y la idea de los objetos toma forma en mi narrativa, ya que todos nos sentimos conectados con los objetos”, desvela el escritor gallego afincado en una isla del Mediterráneo.
Puede que en la actualidad las personas se sientan más conectadas con ciertos objetos que con otras personas. La tecnología nos rodea y nos inunda; ese exceso de objetos hace que nos sintamos aislados. “La tecnología te despoja de todo lo que tienes. Sólo tenemos nuestro propio cuerpo y éste es una carcasa de todo enlace afectivo. Nos está cambiando la identidad y la única manera de tener placer es con mi propio cuerpo”, explica en un razonamiento despojado de afectividad y añade “por eso, es muy importante volver a relacionarse con uno mismo”.
El objeto ocupa en su obra una posición preferente, como antes lo hacía el arte, ese arte fragmentario y roto que tanto le gusta. Esa manifestación artística de la vida. “Los objetos son todos diferentes. No existe una copia perfecta de nada; una copia es un original en sí mismo”, argumenta. Y continúa con su razonamiento “dos objetos iguales no llegan nunca a ser idénticos”. Ya ocurría en el romanticismo y llegó a su paroxismo con el pop y ahora el autor se decanta por la materialidad de esos objetos y no por su representación.
Cuando Agustín Fernández Mallo se pone a escribir no sabe ni sobre lo que va a escribir ni como lo va a estructurar. “En Limbo revoluciono muchas cosas, no estaba predeterminado previamente. Hay varias voces, pero sobre todo me centro en el yo, en el discurso de la psique”, apunta. Pero no se queda sólo en eso. “Me quiero salir del yo, salirme como si fuese a ojo de pájaro para ver toda la información que sobrevuela la noosfera y que nos envuelve. Me salgo del foco para verlo de forma más objetiva”, describe con seguridad y con su característica voz intimista y reflexiva.
Limbo está redactado en tercera persona, casi de forma colectiva. Como si alguien hubiese ido cortando noticias de un periódico y con esos recortes se fuesen rellenando las personalidades de los personajes de la obra. “La identidad de los protagonistas está contada desde fuera”, señala, como si una cámara cenital sobrevolase el firmamento.
Entre las cosas que más quiere dejar claras es la evolución que está sufriendo su obra. “Atrás quedó Proyecto Nocilla. No se puede estar repitiendo indefinidamente. Yo sigo investigando mi propia poética”, afirma tajante. Él es un escritor honrado y personal y cree que su literatura tiene que ir hacia otros lugares, experimentar nuevas sensaciones, “mi forma de escribir se ha ido haciendo más profunda, más aguda. Siento que profundizo más en las cosas y anteriormente escribía más tipo mosaico”, analiza.
En la primera parte de Limbo se pone en la mente de una mujer, “creo que estoy capacitado y puedo hacerlo de forma coherente”, opina. En la novela su observación es continua, experimenta el lenguaje y la técnica de realización de la misma. “Lo antiguo tiene que volver transformado. Mis propios recuerdos, cuando los evoco, no son igual que cuando sucedieron, por eso intento llevar a mi manera las cosas del pasado hasta el presente y entenderlas”, evalúa su propia evolución literaria con el claro objetivo de reactualizarse en el presente y explicarse a sí mismo cómo es en el presente.
Para explicarse en ese presente busca situaciones límite e inusuales, “de ahí que busque siempre espacios de frontera, lugares extremos en mis novelas”, apunta por dónde se mueven sus personajes, los cuales tienen casi siempre una mirada deformada. Observan la realidad de una forma desenfocada y todo narrado como una metáfora que nos da una idea extraña de la realidad.
Ese juego de espejos deformantes, de narradores que sobrevuelan una realidad extraña y fraccionada, lo que realmente quieren describir es un tono coherente que trate de explicar unas determinadas situaciones como son el secuestro de una mujer o la vida de unos músicos alternativos. Al final, el lector desea saber en qué terminan las historias, pero a Agustín Fernández Mallo, aún siendo el final lo realmente importante, no le gusta “cerrar la historia”. El que la tiene que cerrar es el lector con los sentimientos que le ha hecho vivir el autor.
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